El nuevo Festival Aragón Negro se está convirtiendo en un fenómeno de público.

El escritor griego Petros Márkaris reunió 600 personas en la presentación de su nueva y excelente novela, Pan, educación, libertad (Tusquets editores) en el Teatro Principal de Zaragoza. Habría que echar la vista bastante atrás para recordar un éxito semejante en un acto literario celebrado en la capital aragonesa, pero es que el resto de propuestas y actividades del Festival no le están andando a la zaga.

La Filmoteca de Zaragoza, dirigida por Leandro Martínez, ha programado en paralelo un atractivo ciclo de cine negro y me he reservado la tarde del sábado para ir a aver La máscara de Dimitrios, protagonizada por el legendario Peter Lorre e inspirada en la no menos legendaria novela de Eric Ambler.

En su argumento, considerado como el primero puramente de espionaje, inaugural del género, asistimos a la misteriosa búsqueda de un personaje mutante, camaleónico, resbaladizo, cuya omnipresesencia en la trama se consigue precisamente mediante su ausencia, en una genial aplicación del principio de contrarios.

Yo creo que no sólo en las novelas y películas existen estos truculentos, malvados e influyentes personajes, sino que se han trasladado asimismo a la más negra realidad, o han sido captados directamente de ella. Personajes como esos brokers, financieros, conseguidores, logreros, jugadores de Bolsa que manejan las finanzas mundiales con un desparpajo increíble, generando crisis económicas, resolviéndolas, concediendo créditos, cobrándolos, embargando a las clase medias y creándose para ellos una nueva aristocracia del dinero, del mercado, ante la que todo el mundo debe arrodillarse, bpara adorar a sus sumos sacerdotes.

Unas veces dirigen corporaciones, otras ministerios, o simplemente descansan en sus mansiones, jugando con sus valores como los niños con el monopoly. En 2008 se rasgaron las vestiduras, se declararon quebrados, en paro técnico, e imploraron la ayuda de los Tesoros, de los Gobiernos. Ahora, ya rehechos, se disponen a arrojarse de nuevo sobre sus presas, la Grecia de Márkaris, la España del paro, la Italia de la confusión. Son los malos de la película, pero siempre encuentran una nueva máscara para seguir actuando a cara cubierta.