Las acusaciones de la hija de Woody Allen han dañado seriamente la reputación de su padre. El cineasta se ha apresurado a negar que sometiera a su hija, siendo ella menor de edad, a abusos sexuales, pero llueve sobre mojado. No es la primera vez que el genio neoyorquino se ve envuelto en este tipo de graves sospechas, severamente penadas por cualquier legislación.

De forma casi simultánea a esta polémica aparece en el mercado español el libro de Pola Kinski, Nunca se lo digas a nadie, editado por el sello Circe. En sus páginas, la hija de Klaus Kinski acusa a su padre de haberla convertido en su juguete, o en su esclava sexual, durante quince años, entre los cinco y los veinte. El aludido padre, a diferencia de Allen, no vive para rebatir --en caso de que lo hubiera hecho-- tales imputaciones, pero los detalles aportados por el testimonio de Pola dejan escaso lugar a las dudas. Tras la lectura de su libro denuncia, todo indica que Pola vivió un auténtico infierno, y que su padre, en la intimidad, se transformaba en un monstruo.

La hija mayor del actor alemán vino al mundo en Berlín en 1952. Desde muy pequeña, actuó ante las cámaras, desempeñando sucesivos roles en papeles de niña acordes a su edad, bien en la gran pantalla, bien en series televisivas. Como sus padres se habían divorciado, pasaba temporadas con cada uno de ellos, lo que no contribuyó precisamente a su estabilidad emocional. Cuando le tocaba estar con su padre, Pola solía acompañar al genial actor --sin duda lo fue-- en sus viajes y rodajes, Madrid, Roma, Nueva York... En esas estancias en hoteles de lujo, Klaus se transformaba no en un tierno padre, sino en un demonio de lujuria. Compraba a Pola lencería provocativa, le obligaba a pintarse los labios con carmín, o la maquillaba él mismo, y luego la fotografiaba en posturas sexis. Después de esas sesiones, dormía con ella, la acariciaba, la besaba, le decía que era la chica más bonita del mundo, su amor... Y, lo peor de todo, fue que Pola comenzó a creérselo, que se enamoró de su propio padre y que generó un complejo del que nunca acabaría de recuperarse,

¿Cuántos casos como éste existen en la realidad? Probablemente, muchos más de los que nos imaginamos. Prevenirlos a tiempo, denunciarlos y combatirlos es la única manera de evitar que el trastorno de unos padres arruine la vida sus desdichados hijos menores.