La crisis económica ha aflorado en España un paisaje humano de precariedad y mendicidad como desde los primeros noventa no se recordaba, pero no ha hecho aflorar ningún Charles Dickens que eleve la miseria y la lucha por la supervivencia a la categoría de arte literario. Quizá porque el Estado del Bienestar o la sociedad burguesa todavían cuentan con suficientes recursos para ocultar sus vergüenzas; acaso, también, porque no resulta nada fácil escribir como Dickens.

La novelista Vanessa Montfort se ha inspirado en el genio londinense para firmar una trama donde los pobres, los desheredados, desgraciados, marginados, abandonados por la sociedad sí tienen presencia.

La leyenda de la isla sin voz (Plaza&Janés) se basa en una visita de Dickens a la isla neoyorkina de Blackwell (hoy Roosevelt Island), sede, hacia el primer tercio del siglo XIX, de un hospital psiquitátrico donde se hacinaban los enfermos, sin apenas posibilidades de salir de allí.

Antes de poner el pie en aquel diabólico sanatorio, Dickens visitó a Washington Irving, en una escena, asimismo asimilada de la experiencia real, donde el talento de la autora consigue hacernos disfrutar de la resucitada presencia de ambos narradores, de su ironía y sentido de la estética.

Pero el mensaje de la novela es más profundo, pues Dickens quedó impactado por lo que vio en la isla sin voz. Aquellos despojos humanos con los que tuvo ocasión de convivir, y cuyos semblantes y entrecortadas palabras grabó en su fotográfica memoria, le inspirarían personajes para sus novelas y para el celebérrimo Cuento de Navidad. La filantropía y el sentido de la caridad del autor de Oliver Twist, innatos en él, se desbordaron en el curso de aquella convivencia con seres humanos al filo de la monstruosidad, pero en cuyos gestos y palabras, miradas y deseos latían resto de humana ternura.

Los esfuerzos que haría Dickens a lo largo de toda su vida por mejorar la calidad de la vida de sus contemporáneos, en especial de las clases desfavorecidas, deberían hacernos meditar sobre nuestro propio comportamiento ante la crisis. Si está siendo solidario, generoso o, por el contrario, egoísta y mezquino.

Monfort, dueña, además de un talento literario, de un espíritu solidario, milita en las barricadas de la generosidad.

Por ambas razones, enhorabuena.