La noticia de que las carreteras aragonesas, según fuentes de la Asociación Española de la Carretera, son las peores del país, junto con las de La Rioja, no ha sorprendido demasiado a quienes venimos soportando desde hace ya demasiados años las malas condiciones de nuestra red regional.

Ciertamente, esta pésima noticia, publicada en los medios nacionales, no contribuye a mejorar la imagen de la Comunidad aragonesa. No no nos beneficia nada. Mucho menos, a nuestro turismo. Menos aún, a nuestro turismo rural.

Lógicamente, el Gobierno de Aragón deberá tomar buena nota de tan seria advertencia, a fin de sentar a sus técnicos, y a los departamentos financieros, para diseñar nuevas carreteras y reformar o parchear las viejas.

Sería bueno, tras años de inactividad, que las máquinas regresaran a los arcenes, que se volviera a oler a pez, a asfalto recién apisonado, con hombres trabajando, cobrando una nómina, empresas suministrando material y endosando sus facturas, ingenieros diseñando nuevos puentes, enlaces, cimentaciones... a fin de relanzar la actividad ecónomica y que nuestra red vial recibiera un empujón definitivo.

Lo contrario, esto es, lo que se viene haciendo desde la Diputación General, la nula o escasa inversión, la omisión, la falta de planificación y, muy a menudo, en más de un departamento, la franca desidia, sólo nos va a conducir a incrementar las cifras de mortandades en las fechas señaladas de alto riesgo --como lo es la Semana Santa--, a impedir el asentamiento de nuevas industrias, fábricas, empresas o negocios en lugares --municipios, polígonos-- mal comunicados, o peor enlazados que otros polos de desarrollo situados fuera de nuestros límites.

Los consejeros del Gobierno aragonés afectados por el tirón de orejas de la Asociación Española de la Carretera deberían cuanto antes tomar cartas en el asunto, arremangarse en la mesa de trabajo, convocar a sus equipos y repasar provincia por provincia y comarca por comarca el estado de las carreteras autonómicas, una red muy extensa que resulta vital para más del ochenta por ciento (tirando por lo bajo) de los pueblos aragoneses, grandes, medianos y pequeños.

Una tarea urgente, básica, estructural, para combatir la crisis y nuestra mala imagen exterior, no sólo en España, sino también en países vecinos.