La vicepresidenta del gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, ha sido noticia no se sabe muy bien si por no haber recibido sobres de Luis Bárcenas, según asegura ella, contradiciendo a su encarcelado tesorero, o por usar un taco o malsonante expresión para negarlo. Oír "en mi puta vida" en labios de la número dos del Gobierno ha sonado cuando menos tan chocante como su estentórea y extemporánea proclamación de inocencia.

¿Será tan rebelde Soraya como Jeannette? ¿Lo será porque el mundo la ha hecho así, porque nadie, ni Bárcenas, la ha tratado con amor?

Hasta ahora, doña Soraya, Sorayita, como la llamaban cariñosamente los cachorros de las Nuevas Generaciones que la vieron crecer a la sombra de Mariano Rajoy, venía siendo un producto muy de laboratorio y telegénico de la casa marianista de ejercicios espirituales, pero he aquí que de pronto se ha echado a la calle, o a la puta calle, como a lo mejor dice también ella cualquier día adoptando el lenguaje cheli y castizo de Ramoncín.

No sabemos aún cuál habrá sido la reacción de Rajoy y de sus directores de campaña por la patada al diccionario de la vice, e ignoramos asimismo la reacción de Bárcenas, en cuya puta agenda figuraba Soraya con un buen número de sobres o sobresueldos, como los llama la homónima, Soraya Rodríguez, portavoz del PSOE en el Congreso y acérrima contra la vice.

La guerra de las Sorayas viene librándose a lo largo de la legislatura con múltiples episodios y resultado incierto. No consta, como a veces sucede con otros portavoces de distintos partidos que se destrozan en la tribuna y luego se van juntos a echar la puta quiniela, que entre ellas, entre las dos Sorayas, la popular y la socialista, haya amistad, compadreo o costumbre de tomar el puto te de la cinco. Las vemos siempre atizándose en el hemiciclo con informes y números, y a menudo con palabras y acusaciones de grueso calibre. Tienen algo de mariscalas y de guardias de tráfico, pues lo mismo te defienden o rebaten una ley que con otra te echan el alto o te multan. Dan la puta cara, es verdad, a menudo para tapar la de sus generales, tan cachazudos Rajoy y Rubalcaba sin despeinarse en los escaños mientras ellas se tiran de los pelos, o los sobres y cesantías a la cara.

Ser político es una putada. Por eso a la gente normal no se les ocurriría en la puta vida.