La fábula orwelliana Divergentes está teniendo bastante éxito en la gran pantalla, como ya lo tuvo negro sobre blanco en el texto, en el libro, en la novela de la autora norteamericana Veronica Roth.

En los primeros planos del film, una fantasmal secuencia de algo parecido a una ciudad post--industrial asolada por algún tipo de catástrofe nos sitúa en un futuro al alcance de la mano, sin que haya pasado suficiente tiempo como para que los robots gobiernen la tierra, ni demasiado poco como para evitar que los hombres se roboticen en sus comportamientos básicos y relaciones de poder.

Una de esas criaturas del futuro, sin embargo, Beatrice Prior, de 16 años (personaje interpretado por la prometedora actriz Shailene Woodley), no será lo bastante inhumana como para llegar a adscribirse, por imperativo de la autoridad, a uno de los cinco grupos en los que ha sido clasificada la humanidad superviviente a la nueva era. Dichos grupos, círculos o sectas, son: Erudición, Osadía, Abnegación, Verdad y Cordialidad.

Beatrice, como el resto de los jóvenes, estaba destinada a formar parte de uno de ellos, hasta que su revolucionaria genética se reveló, a la luz de los escáners y otras pruebas de laboratorio, con su tormentosa verdad. Beatrice no era uno más.

Era distinta.

Divergente.

A partir de ahí, y de su asignación a un grupo erróneo, la adolescente vivirá un sinfín de episodios y circunstancias en las que constantemente aflorará la ambigüedad de su propio ser y la falsa, aunque aparentemente sólida estructura de la nueva sociedad post--industrial que se esfuerza por asimilarla.

En esa tesitura moral, el espectador, como antes el lector, asistirá a una lucha cerrada entre el dominio colectivo y la conciencia individual, entre el dogma y el libre albedrío.

Un tema grande, sin duda, un tema eterno. En esta nueva y cinematográfica versión del dilema, el simbolismo comienza pronto a flotar por encima de la trepidante acción, estableciéndose a modo de una superficie reflexiva, con el angustioso peso de una catástrofe peor que una explosión nuclear: la implosión de los elementos que han hecho posible hasta hoy disfrutar de la armonía, la convivencia y la búsqueda de la felicidad. El fin de una especie y el principio de nada.