La editorial Errata naturae ha dado a la luz un inédito de Gilles Deleuze que me ha parecido de mucho interés.

Viajes iniciáticos I, que así se titula, está dedicado a Michael Foucault, maestro del propio Deleuze, y a algunas de sus concepciones sobre el poder. En sus páginas se ofrecen materiales dispersos del filósofo francés: cursos, conferencias, artículos de juventud...

A propósito de Foucault y del poder, Deleuze, un poco al método socrático, va desgranando y aproximando los conceptos de saber y poder, hasta hacerlos equivaler en planos convergentes desde distintos orígenes. Deleuze revela a sus lectores que, hacia el final de su vida, a Foucault le interesaba cada vez más lo que él llamaba "poder pastoral", que tiene bastante que ver con el poder eclesiástico y con una vieja idea que ya puede rastrearse en Platón: el apacentamiento como modelo de gobierno. De hecho, Deleuze concluye que ésta es una cuestión crucial para la comprensión del poder, y que si el mejor gobernante puede llegar a ser el pastor de rebaños, hay desde el platonismo hasta los Padres de la Iglesia una línea paralela.

El caso, para no seguir filosofando, es que el Partido Popular de Mariano Rajoy parece haber estudiado o asimilado en profundidad esta teoría.

No sé si Rajoy habrá leído a Deleuze (sí sé que le gustan las novelas policíacas), pero cada vez se manifiesta en mayor medida ante el pueblo como pastor de su orden y de sus valores, de la convivencia y la paz. Y eso que Rajoy tiene el país, el rebaño, hecho una pena, con unos niveles de desempleo y delincuencia internacional que cuadruplican los de los países occidentales. Ajeno a esos lobos que rodean la manada, Rajoy va pastoreando a las ovejas blancas y cardando la lana a las negras, a ver si echan el mal pelo y se reconducen a la orden de sus cariñosos gritos y de los ladridos, no ya de aquel doberman que tal pavor producía a propios y extraños, sino de esos más amables canes guías que flanquean el voto, vigilando no es escore a derecha ni izquierda de la senda trazada. La obediencia ha contagiado a los sindicatos, investigados por corrupción, a la oposición, a los periodistas e intelectuales díscolos (¿hay alguien ahí?) y, en general, a todas las fieras que rondaban el aprisco.

Una nueva versión de El silencio de los corderos se rueda en la España del PP.