Ahora que prácticamente, tras la espantá de Alfredo Pérez Rubalcaba, está sin oposición interna, Mariano Rajoy se ha lanzado a combatir a la oposición externa. A todas esas fuerzas, poderes fácticos, poderosos lobis, secretas alianzas y contubernios judeo--masónicos que vienen impidiendo que España ascienda al nivel de esa ambicionada potencia mundialmente reconocida, aceptada y admirada que pretende ser.

No deja de encarnar, en efecto, una paradoja (o una vergüenza) que países como Brasil o Italia estén en todos los ajos, en todos los grupos, ejes o cónclaves internacionales de influencia y poder, mientras que España se limita a poco más, o menos, que a participar en Eurovisión. Sin que, encima, ganemos nunca.

¿Cómo meter cabeza en el Consejo de Seguridad de la ONU, en la Conmowealth de Cameron, en la troika de Merkel o en los dominios del excelso Barack Obama?

Obviamente, lanzando una cruzada contra los infieles a España a base de conquistar su favor modificando nuestra tradicional e insípida política exterior, representada hoy por el inoperante Margallo. Acercándonos a Africa, aunque sea de la mano del tirano Obiang; acercándonos a Israel, aunque sea haciendo la vista gorda a sus crímenes de guerra; arrodillándonos ante el Papa Francisco y conjurando a los hermanos de Centro y Sudamérica; acercándonos a Washington, a ese Obama tan socialdemócrata como distante con la derecha española...

En su maletín, Rajoy lleva su lista de lo que él piensa son los deberes bien hechos. Ha contenido los gastos y los sueldos en España y ha conseguido que las multinacionales y los bancos ganen más durante la crisis que antes de la recesión. Eso debería teóricamente convertirle en un adalid del estandarte capitalista, pero, más que comprar, que invertir, va vendiendo, liquidando a precio de ganga, de crisis, el poco patrimonio público que nos quedaba y abriendo las puertas a los Gates, Slim y demás multimillonarios sin demasiados escrúpulos.

Y finalmente Rajoy saca asimismo del maletín diplomático el retrato de Felipe VI, el rey demócrata del que tantos coronados y dictadores, sugiere, deberían tomar ejemplo. Todo esfuerzo es pequeño para que el mundo deje de vernos como los caribes de Europa.

¿Lo conseguirá?