Oyendo a Obama y a Peña Nieto, presidentes, respectivamente, de Estados Unidos de Norteamérica y de Estados Unidos de México, cualquiera diría que el problema del narcotráfico es cosa de antes de ayer. De Pablo Escobar, sus mariachis de la droga y sucesores, pero no, el bisnis del narco viene de lejos. De bastante más lejos de lo que parecía y de lo que algunos creíamos.

Leyendo La primavera del mal, del novelista mexicano F.G. Haghenbeck, aprendemos y comprendemos que la semilla de esta terrible planta fue enterrada hacia los años treinta del pasado siglo XX, en los desiertos fronterizos entre ambos países. Cuando Hollywood emergía como la meca del cine y California como la meca del dinero y del placer. Cuando el alcohol y las drogas comenzaban a sacudir en serio a la puritana sociedad norteamericana.

Dos de sus gangsterianos hijos, Lucky Luciano y Bugsy Siegel, idearon por entonces una nueva manera de enriquecerse. Se les ocurrió utilizar a las colonias de chinos establecidos en el norte de México para importar la amapola y cultivarla cerca de la frontera. Una vez destilado el opio y cortada la heroína, los primeros transportes cruzaban el río Grande camino de las grandes urbes gringas.

Aquel pingüe y, muy pronto, sanguinario negocio de los llamados gomeros --por la pasta de la planta alucinógena-- ha sido fuente de inspiración de esta extraordinaria novela de Haghenbeck, perfectamente documentada y, sobre todo, muy bien y muy amenamente escrita.

La tesis del autor no es, por inquietante, menos cierta, y aúpa a sus bridas, desde el primer momento o nacimiento del narco, a las clases poderosas de México. A los generales que, tras la Revolución, habían devenido en presidentes, ministros, gobernadores, terratenientes o en todo ello a la vez. Y a sus primeros socios gringos, estrechamente relacionados con las mafias de origen italiano que ya operaban de Nueva York a Los Ángeles.

La novela, que toma forma de saga, se va estirando a lo largo de los años treinta y cuarenta, permitiéndonos ver cómo el narcotráfico es objeto de deseo y lucha por clanes a uno y otro lado de la frontera. El consumo, desde un principio, fueron las clases medias y altas del norte, pero el trasiego, la trastienda, quedaba al sur.

Más o menos, como hoy sucede.