Ya saben ustedes que en la mayoría de las novelas policíacas, el killer o el psicokiller suele resultar a menudo el personaje menos sospechoso. Tal vez sea eso lo que, en el novelón de la política española, me haga pensar en Mariano Rajoy. Si no será el presidente del Gobierno tan culpable como los mayordomos de Agatha Christie.

La culpabilidad de estos últimos no es, sin embargo, más que un mito, pues realmente los chambelanes han asesinado en el papel en contadas ocasiones. Mucho menos que el depredador de Génova, quien está causando una verdadera masacre dentro de su partido, el PP.

La última y reciente víctima de Rajoy, Alberto Ruiz--Gallardón, ha sido liquidada con guante de seda, por asfixia, lentamente, obteniendo incluso cierto placer en su propia extinción, pues el ex ministro dijo marcharse agradecido.

No es Albertito el único cadáver en el armario presidencial. Antes, mucho antes, Rajoy ha ido enterrando a Romay Beccaria, a Mayor Oreja, a José María Aznar, a Luis Bárcenas, Manuel Pizarro, Ana Botella, Eduardo Zaplana, Francisco Camps, Esperanza Aguirre o Rodrigo Rato, que acaba de salir saludando desde Caja Madrid... Y, así, hasta una lista de cadáveres menores, altos cargos, pequeños mandarines, faraones o taifas que no cabrían en este artículo.

El caso es que Rajoy los va liquidando con sigilo, como quien no quiere la cosa, a la chita callando, sin emplear jamás la violencia verbal, el cartucho, la palanca, el cese, sino mediante una sutil aplicación del tiempo, el espacio, las ausencias y sus silencios. Es un poco como la divinidad. Si habla se hace la luz, pero si calla...

Esa ausencia de opinión, de previsiones u órdenes es la que desconcierta a sus rivales, manteniéndoles desprevenidos ante la amenaza que no alcanzan a intuir. Cuando se dan cuenta, es demasiado tarde.

Los resultados, desde el punto de vista de la efectividad, pues ideológicamente poco se llevan, son pasmosos. En un par de años, Rajoy se ha cargado a toda la vieja guardia, limpiando el PP de su ala más dura y proponiendo un cambio generacional con Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal, entre otras innovaciones internas. Su estrategia, obviamente, aspira a su propia perduración y a la de los suyos. Si lo consigue o no, las urnas y el tiempo lo dirán.