Siempre se ha dicho que los aragoneses somos muy individualistas, y probablemente sea cierto.

Lo cual no impide que nos hayamos manifestado, con cierta periodicidad, colectivamente en asuntos de nuestra general incumbencia. Las luchas autonómicas, por ejemplo, hoy olvidadas por un sistema que se dirige hacia la centralidad, o hacia el centralismo federal. La defensa del Ebro. Determinadas factorías, proyectos solidarios y empresas. La reacción para salvar el Real Zaragoza. La reacción para despedir a José Luis Abós.

Pero, si de individualismo hablamos, hay que seguir refiriéndose en primer lugar al estadounidense, puesto que el espíritu de la colonización no les ha abandonado aún y se manifiesta en todos los órdenes de una nación que sólo hace piña frente al enemigo exterior.

Ese feroz individualismo aflora como la punta de un cuchillo en la primera novela del guionista Nic Pizzolato, Galveston (Salamandra). Una historia, la de Roy Cody, a quien apodan Big Country, deshilachada y arrebatadora, como certeramente la ha calificado Denis Lehane.

Narra la tragedia, el descenso a los infiernos de un matón de medio pelo radicado en Nueva Orléans. Un tipo dotado de una suave ironía y de un código de supervivencia que se altera fatalmente cuando le diagnostican un cáncer terminal.

Sus neuronas se cruzarán y a partir de ese momento Cody vagará como un espectro por las ciudades del Golfo, entre el olor a algas y a cangrejo asado, acompañado por una joven tan desarraigada como él.

En esa huida de sí mismo y de su presente, el pasado de Cody y de la chica con la que viaja aflorará como una madera hinchada tras un naufragio. En la infancia y adolescencia de Cody y de Rocky, la chica, menudearon los episodios de crueldad y abandono, acaso provocados por ese individualismo a que me refería al principio, a esa dureza, cercana a la indiferencia, con la que esta clase de personas pasa por la existencia, a la espera de un golpe de suerte o de acabar sus días en una caravana en medio de un bosque, o en un penal.

No hay colectividad, no hay sociedad en Galveston, sino un mundo de lobos que se devoran entre sí, lejos de la manada. Esperemos, los individualistas, no llegar a semejante extremo.