Regreso a Calatayud acompañado por Francisco Pérez Abellán, criminólogo, historiador, escritor, periodista, tantas cosas en un mismo destino orientado por la voracidad y curiosidad intelectuales.

Puesto que Pérez Abellán había viajado a la segunda ciudad de la provincia de Zaragoza para presentar su último libro, Matar a Prim (Planeta), nos ambientamos en el Museo de La Dolores, una inmersión en el siglo XIX, en sus vestuarios y atmósferas, canciones y costumbres, deseos y sueños. Si no han estado aún en el Mesón de La Dolores, no dejen de visitarlo; una joya de la arquitectura popular y una referencia gastronómica.

La investigación de Pérez Abellán sobre el magnicidio de Prim reúne, como el libro donde se recoge el estudio, características extraordinarias.

Gracias a la tenacidad del autor, una comisión científica obtuvo licencia para extraer la momia de Prim de los tres ataúdes en los que se conservaba, a fin de practicarle una autopsia y, en base a las conclusiones forenses, un retrodiagnóstico. Las pruebas revelaron que Prim, además de los cartuchazos recibidos en la calle del Turco, fue diana de otras heridas en aquella fatídica noche de diciembre de 1870. Quedando claro, para Pérez Abellán, que el crimen fue meticulosamente planeado por los adversarios de Prim, en particular por el general Serrano, a quien señala como autor intelectual. No el único, seguramente, en base a la eficacia de la propia conjura, a la ausencia de guardias en los alrededores del Congreso y al silencio de políticos como Práxedes Mateo Sagasta, responsable entonces de la seguridad.

Pérez Abellán considera que el magnicidio de Prim inspiraría el célebre y organizado crimen de John Fitgerald Kennedy en Dallas. Otro de los grandes misterios de la historia criminal contemporánea. A medida que se van conociendo nuevos datos, consignados o no por la comisión Warren, tampoco el presidente americano tenía la menor posibilidad de escapar de una red de francotiradores estratégicamente situados al paso de aquella descubierta y presidencial berlina, del mismo modo que Prim jamás pudo haber salido vivo de la calle del Turco.

Ni al general Serrano ni al vicepresidente Johnson les fue mal tras las respectivas muertes de Prim y de Kennedy. Y es que cuando la escena del crimen se abre en el teatro del poder, el asesino anda cerca.