Paso una instructiva mañana en Berlín, visitando el Parlamento. Desde que el formidable edificio del viejo Reichstag fue transportado al futuro por la restauración de Norman Foster, es uno de los lugares más solicitados de la capital alemana. En especial, su célebre cúpula de vidrio, a la que se asciende caminando en espiral mientras la ciudad se abre a nuestra vista y a los pies de los visitantes trabajan, debaten, discuten los diputados alemanes. La entrada a la cúpula y a las terrazas de piedra que dan sobre la Puerta de Brandeburgo y el Tiegarten es gratuita, aunque hay que esperar turno y a menudo hacer paciente cola.

La idea de Foster al diseñar la gran cúpula de cristal no fue otra que la de pretender simbolizar la claridad de la democracia y de la principal acción política que la sustenta, que no es otra que el sano ejercicio del parlamentarismo. El hecho de que los ciudadanos, al "pisar" el Bundestag desde una altura superior, pudieran supervisar, casi vigilar el trabajo de sus representantes, conferiría a la actividad parlamentaria una cierta desacralización, recordando a todos y cada uno de los diputados que su labor está sujeta a las reglas de la ética, y la casa de la democracia abierta a todos los alemanes.

No así en España, donde buena parte de las actividades parlamentarias se celebran a puerta cerrada. Donde tienen que producirse abusos para que los votantes sepan que los diputados españoles pueden viajar gratis a cualquier lugar del territorio nacional, argumentando que lo hacen por "acciones políticas", incluyendo fines de semana y fiestas de guardar. Los diputados alemanes disponen asimismo de dietas para ese cometido, pero deben emplearlas --bajo supervisión del propio Parlamento, no de los partidos, como propone corporativamente Jesús Posada, con la silenciosa complicidad de todos los portavoces-- en rendir cuentas en sus respectivas circunscripciones. Costumbre que los diputados españoles no ejercen casi nunca, cogiendo la mayoría de ellos el voto y corriendo a Madrid para regresar cuatro años más tarde en demanda de nuevos sufragios. Pero eso no sólo pasa en el Congreso español. Hay diputados aragoneses que llevan quince años en el Parlamento Europeo viajando por toda la Unión y aún no han rendido cuentas.

Transparencia y trabajo por cada circunscripción: una buena receta contra la corrupción.