No tenemos ninguna duda de que las grandes epidemias de enfermedades contagiosas que mataron a tantas personas en el pasado están bajo control en gran parte del mundo. Sabemos cómo evitar y tratar el sida, el cólera, la malaria, el sarampión, la peste y la tuberculosis, y hemos erradicado la viruela. Sin embargo algunas de estas enfermedades siguen teniendo una mortalidad muy elevada debido a las desigualdades económicas existentes y a los costes excesivos de los fármacos para curarlas en los países en vías de desarrollo.

Nuestra sociedad es víctima de dos epidemias creadas por nosotros mismos: el tabaquismo y los medicamentos de venta con receta, ambas extremadamente mortales. En Estados Unidos y en Europa los medicamentos son la tercera causa de muerte, después de las cardiopatías y el cáncer. La industria tabaquera y la farmacéutica tienen mucho en común: ambas comparten una total y moralmente repugnante desconsideración con la vida humana. Una prestigiosa revista médica, Lancet, describió como el fomento de la venta, la adicción y la muerte es el modelo empresarial más cruel y corrupto que la humanidad haya podido inventar nunca.

Con este artículo no pretendemos demostrar algo que está muy claro y es que los medicamentos han producido grandes beneficios para la curación de enfermedades como cardiopatías, algunos tipos de cáncer y deficiencias hormonales como la diabetes infantil, sino denunciar a los responsables de estas actuaciones como lo que son, mafiosas.

Es muy de agradecer a todas las personas honestas que trabajan en la industria farmacéutica y que comparten el horror ante las continuas acciones delictivas de sus superiores y lo perjudicial de sus consecuencias, tanto para los pacientes como para las economías nacionales.

El dinero lo puede casi todo y es también capaz de corromper las decisiones de los médicos. El mejor ejemplo lo tenemos en los estereoisómericos. Normalmente, solo una de las dos mitades de los medicamentos es activa. Cuando la patente de un medicamento llega a su fin, el laboratorio investigador puede patentar la mitad activa ya que la legislación lo permite y esto supone un beneficio para la empresa y no para la sociedad en general.

El ejemplo más evidente lo tenemos con el omeprazol, un fármaco para combatir enfermedades digestivas descubierto por Astra-Zéneca en la década de los 90 y que fue el fármaco más vendido en el mundo. Cuando en el 2001 la patente caducó la empresa extrajo la mitad con más poder activo y le dio su propio nombre químico: esomeprazol. Cuando se estaba a punto de poder usar el omeprazol en sus formas genéricas a un precio mucho más bajo, esto se frustró y el laboratorio investigador mintió ante muchas instancias. Además se realizaron ensayos clínicos que pretendían demostrar que el esomeprazol era ligeramente mejor que el omeprazol cuando esto no se llegó a comprobar. El truco estaba en que en lugar de comparar dosis equivalentes de ambos productos se comparó 40 mg. de esomeprazol con 20 mg. de omeprazol. Esto llevó a encarecer el producto original en treinta veces más. La farmacéutica destinó, en un solo año, un total de 500 millones de dólares en su campaña de promoción en Estados Unidos y así pasó en otros países de nuestro entorno.

Con estos datos, que se repiten en otras industrias farmacéuticas, podemos deducir que estas son malvadas pero, ¿qué ocurre con las agencias reguladoras de los medicamentos que son las que autorizan estas atrocidades? Existen publicaciones fuertes y muy bien documentadas que se publican con frecuencia y que van especialmente dirigidas a legisladores, políticos, gestores, directivos, profesionales sanitarios y estudiantes de Ciencias de la Salud que desgraciadamente no llegan ni a las aulas de las Universidades ni a los despachos de la Administración Sanitaria.