Nació en el siglo XIII para la recogida de los cadáveres que nadie quería, siendo fundamental su servicio durante la peste negra en el XIV. Se trata de la Hermandad de la Sangre de Cristo de Zaragoza que en otra pandemia, la del coronavirus, sumó a los levantamientos de cadáveres de índole judicial el traslado de los fallecidos en los hospitales al cementerio o tanatorio porque las funerarias estaban desbordadas. Fue durante los meses más letales del covid-19 cuando no se sabía si una persona había muerto por el virus o con el virus. Más de 550 finados pasaron en el año 2020 por las manos de sus 46 miembros.

«Ha sido muy difícil por el miedo que teníamos a contagiarnos», reconoce su presidente, Ignacio Giménez Baratech, acostumbrado a la llamada del Juzgado de Guardia que le pide acudir a la escena de un crimen, a un accidente de tráfico o al lugar donde se ha suicidado una persona para realizar el pertinente levantamiento del cuerpo junto a la Policía Nacional, el forense y el secretario judicial o el propio magistrado. Tuvieron días de diez actuaciones consecutivas que atender y en todas ellas se ponían y quitaban los sistemas de protección que adquirieron gracias también a donativos procedentes de toda España. Pantallas, mascarillas de doble filtro y los trajes de mayor protección en el mercado, los NBQ, eran sus armas para evitar infecciones. Lo consiguieron.

«Tuvimos que aprender cómo quitárnoslos porque es el momento de mayor peligro», señala otro hermano, Nacho Navarro, quien también admite que pasó miedo. Dos forenses, José Manuel Arredondo y Salvador Baena, fueron sus aliados durante todo el momento. Ante lo desconocido decidieron implantar las medidas contra el ébola. Una que continúan realizando es la poner una mascarilla a todo cadáver que movilizan. «Los cuerpos cuando se mueven emiten gases, así que es una práctica que pronto adoptamos», afirma Navarro. Una obligatoriedad que ellos mismos decretaron antes de que el Ministerio de Sanidad lo exigiera a la ciudadanía.

Giménez Baratech no puede evitar destacar, a este respecto, que son tantas las medidas de seguridad que han tenido que implantar que «muchas personas nos reciben en sus domicilios como si estuviéramos exagerando». «Lamentablemente no nos escuchan muchos ni cuando les damos el pésame, algo que siempre hacemos», afirma.

Navarro, por ser uno de los hermanos más jóvenes, participó en el servicio especial de apoyo a las funerarias. Iban al hospital donde les entregaban el cuerpo para llevarlo al tanatorio. En este 2021 la furgoneta blanca con una cruz azul impresa sigue circulando por la capital aragonesa.