LOLA SOBRINO Y MANUEL MARTÍNEZ, PSICÓLOGOS DE ASAPME:

«Con la vuelta a clase empezaremos a ver cómo afecta a los jóvenes»

A muchos les ha sorprendido lo bien que se han adaptado los menores al confinamiento y la pandemia, tema que en Aragón ha tenido un gran protagonismo, con el presidente del Gobierno autonómico, Javier Lambán, siendo de los primeros en pedir que las medidas se relajasen para los menores. Los niños se adaptan rápido a las situaciones, pero, advierte Manuel Martínez, psicólogo infantojuvenil en la Asociación Aragonesa Pro Salud Mental (Asapme), «han tenido que protagonizar grandes cambios», y muchos han «aprendido a andar en un pasillo, a leer en el salón. Pero necesitan socializar con sus iguales, fijar su personalidad, y en eso empezamos a notar carencias. Ahora empezaremos a ver cómo les afecta, con la vuelta a clase, porque muchos llevan desde marzo sin relacionarse con otros niños».

Mientras se vayan comprobando los efectos psicológicos en esta generación del covid-19, lo que ya han observado en la asociación es que, al igual que en los adultos, el confinamiento y la pandemia han tenido su incidencia en la salud mental de los jóvenes algo más creciditos. También se observan casos de depresión y ansiedad, «no tanto por la incertidumbre laboral o económica, sino por la pérdida de las rutinas, que para ellos son muy importantes». Y también un «agravamiento» de las conductas por las que ya recibían tratamiento, como la irritabilidad, las faltas de respeto a los mayores o a la autoridad.

Asimismo están observando un incremento de una adicción a las videoconsolas y las pantallas (que hace un tiempo que denuncian las asociaciones especializadas en dependencias), aunque para Martínez no deja de tener su lógica. Dado que «al final todos los adultos hemos estado también pegados a las pantallas en busca de información durante el confinamiento, y somos sus modelos de aprendizaje. Si tú estás todo el día pegado al móvil, es difícil decirles a ellos que no lo hagan».

A los jóvenes rara vez se les diagnostica una enfermedad mental grave, explica Martínez, en parte porque suelen tardar más en manifestarse y también para no estigmatizar, centrándose en tratar los problemas conductuales. Pero en los adultos, como explica la doctora Lola Sobrino, psicóloga en la misma asociación, sí han observado que, si no crece mucho el número de consultas, sí han cambiado las psicopatologías.

La asociación tiene asignados varios servicios del Gobierno de Aragón, como la atención a personas tuteladas o la oficina de atención a las víctimas de delitos. En este último ámbito, Sobrino señala que les ha sorprendido que las atenciones por violencia de género no se han incrementado tanto como esperaban, estando las víctimas confinadas con los maltratadores. Han pasado de suponer el 78% al 81% de los casos. «Parecía esperable que aumentase más, pero los datos no lo avalan», señalaba la doctora, que aventuraba la hipótesis de que «igual no ha sido tan fácil interponer la denuncia» como habitualmente.

Sobrino incidía en que la Organización Mundial de la Salud ya alertaba de problemas mentales derivados de la pandemia y una mayor propensión al suicidio en China, Irán o EEUU, y pidió a los gobiernos «no dejar de lado» la salud mental.

CARMELO PELEGRÍN, JEFE DE PSIQUIATRÍA EN EL HOSPITAL SAN JORGE DE HUESCA:

«Los profesionales sanitarios que han estado en primera línea tienen estrés crónico»

El doctor Carmelo Pelegrín, jefe de Psiquiatría en el Hospital San Jorge y de Salud Mental en el sector de Huesca, señala que las afecciones psicológicas del coronavirus no se limitan a la población general. Hay un «grave problema», señala, con los profesionales sanitarios que han estado tratando la enfermedad en primera línea, que presentan «estrés crónico» hasta en un 50% o 60% de los casos.

«Tras una fase de excitación o estimulación que pudo ser para ellos gratificante», explica Pelegrín, «han pasado a una fase de meseta y después de agotamiento o alarma con fatiga, decaimiento, tristeza, pérdida de memoria o insomnio». Síntomas propios de una depresión por agotamiento, diagnosticada bajo diversas fórmulas. «Esto es muy esperable porque han tenido que trabajar sin descanso muchas horas, en tensión, con trajes incómodos, teniendo que hacer un papel tanto sanitario como psicológico prestando apoyo diario a los pacientes, porque han sido las únicas personas que han estado ahí», explica. Y esto, alerta, supone un problema si hay una nueva oleada del nivel de los primeros envites de la pandemia, entre los meses de marzo y mayo, porque «hay que recuperarlos o buscar otra solución».

Pelegrín se muestra muy agradecido con sus compañeros también en lo que atañe a su servicio. Según explica, los pacientes psiquiátricos «no suelen ser cuidadosos con las medidas de prevención», de forma que había un serio riesgo de que, si había un contagio en la planta de agudos, acabase por afectar a todos. Por ello han sido «muy cuidadosos» e incluso han tenido que realizar PCR_a los pacientes antes del ingreso para evitar el contagio. Se pensó en establecer una zona específica para pacientes psiquiátricos con covid-19, pero la falta de medios y de recursos hizo que se optase por tratarlos junto al resto de pacientes, un esfuerzo extra que agradece mucho a los internistas y el resto de compañeros.

En cuanto a los pacientes, por lo que viene observando, la peor parte de la pandemia se la han llevado los aquejados de demencia, no solo los que han fallecido en residencias sino los que tenían síntomas como la deambulación errática o insomnio, agravados por el confinamiento, «muy duro» para ellos y sus familiares. Al ingresarlos, además, «aumentaba su desorientación, su falta de comprensión por lo sucedido y el temor al tener que comunicarse con trabajadores a los que ni siquiera les veían la cara».

Algo similar ha sucedido con los pacientes acostumbrados a ciertos rituales en la calle, por su interrupción obligada, o a los aquejados de trastorno obsesivo-compulsivo relacionado con la higiene.

Pelegrín señala como reflexión que no ha habido apenas urgencias por síndrome de abstinencia durante el confinamiento. Lo que parece indicar que los traficantes se las han ingeniado para seguir distribuyendo drogas todo ese tiempo.