Desde que el pasado fin de semana le cogí el rumbo a la vereda tropical yendo a la fiesta que dieron en el Prior los camaradas del Pollo Urbano y la Aipep (asociación de periodistas y comunicadores; no confundir con la Opep, que son los del petróleo), les juro que no he parado de ir y venir a saraos diversos. ¿Quién se quejaba de que en Zaragoza hay poca vida social? Pues no, queridos; algunas temporadas esto es Jolivú . Y no vean cómo le va la marcha al paisanaje, que aquí sólo somos sosos hasta que tomamos la segunda copa.

En esta especie de estallido primaveral, el puntazo máximo estuvo en el gran festival de Los aragoneses del año . Con millar y medio de invitados, cena por todo lo alto, la presencia de los jefes más jefazos y retransmisión en directo por la Televisión Española, aquello fue demasié. Si vieron la gala por la tele se harán una idea. Si no, les aseguro que la velada fue un derroche, una despampanante puesta en escena de la potencia política, económica, social y cultural de Aragón. ¡Vaya una cosa!, dirán algunos. Pero sin recurrir al autoestimado orgullo patrio que en estos festejos exhibe (con felicidad y prudencia) el presidente Marcelino, permítanme advertirles de que nuestra comunidad cuando se pone de largo tiene bastante de qué presumir. Y sabe hacerlo con sobriedad y elegancia, como en la noche del jueves.

Para que no decaiga, así acabe esta columna y alguna cosilla más me voy a la Sala Oasis a disfrutar con la presentación de El sueño de la tortuga , último (por ahora) álbum de mis amigos de Distritocatorce (también conocidos como Distrito 14 y D-14; o sea, Mariano Chueca y los suyos). Como todos los discos de este grupo zaragozano, El sueño... es una virguería. Se lo juro.

En fin, comprobarán que no todo es sufrir y renegar en la vida del periodista. De cuando en cuando vienen los días de vino y rosas y uno puede dedicarse a ejercer de cortesano. Que una vez al año no hace daño.