Hasta hace dos décadas se los conocía como "crímenes pasionales" y todos revestían elementos similares, entre los que destacaba la extrema crueldad y ensañamiento de los asesinos. Ahora, el término de "violencia de género" sirve para designar una de las mayores lacras de la sociedad española.

Las familias que viven la ausencia de uno de sus miembros salvajemente asesinado estiman que la sensibilidad sobre el problema aún es escasa y que ni la Justicia ni la sociedad hacen todo lo que pueden para aportar soluciones. Ellas son las víctimas colaterales de la violencia de género.

A Enrique Azcoiti y María Pilar Crespo, cuya única hija, Asunción, fue asesinada hace seis años de 26 puñaladas sólo les queda de ella su imagen. Su vivienda está llena de fotografías de la fallecida, un elemento que se repite en otras familias que viven dramas similares.

"Algunos familiares dicen que nos marchemos del piso, pero nuestros recuerdos están aquí, lo que más queríamos vivió aquí. Cuando me levanto cuento los años, meses y días que tendría mi hija si viviera y los aniversarios son un tormento", dice Enrique.

Aunque el asesino de su hija, Oscar Facenda Santolaria, fue condenado hace tres años a 19 de prisión, esta circunstancia no aporta ningún consuelo al matrimonio. "Para lo que fue el juicio, casi mejor que no se hubiera celebrado. Nos llevamos una gran desilusión. Escuchamos argumentaciones absurdas. Además, tardó mucho en celebrarse, tres años menos un día", recuerda Pilar.

Asunción hubiera cumplido 26 años el pasado día 5, pero un joven con el que sólo había intercambiado un par de frases le quitó la vida cuando sólo tenía 18 por una frustrada pasión oculta. Su novio, con el que quería casarse cuando cumpliera 23, ha rehecho su vida sentimental, pero el recuerdo de la tragedia pervive en todos sus protagonistas.

"Dicen que hay que perdonar y olvidar y que el paso del tiempo mitiga el dolor, pero yo no perdono ni olvido, aunque no soy quién para perdonar. Tampoco es cierto que el paso del tiempo ayude, porque cada día es peor para nosotros", añade la madre.

"No somos partidarios de la pena de muerte, pero creo que la cadena perpetua no es un castigo injusto para estos crímenes. El dolor nos durará a nosotros mucho más que la condena que impusieron al asesino", explica Enrique.

Cada vez que surge la noticia de una mujer asesinada, el matrimonio revive el drama y se siente víctima del mismo crimen, "porque siempre es la misma historia. Pensamos que ya le ha tocado a otra, y se nos revuelve el estómago porque nadie hace nada por evitarlo. A los políticos se les llena la boca con las víctimas del terrorismo y la gente sale a la calle a protestar por cada atentado. Pero yo no veo ninguna diferencia entre unos asesinatos y otros", agrega Enrique.

Todos los crímenes dejan secuelas. Enrique, que es taxista, ya no puede trabajar de día. Sólo lo hace en turno de noche. Pilar no ha dejado de tener la tensión alta desde entonces. Vive en constante sobresalto.

"Estos días me han dicho que habían visto al asesino en libertad, pero me dicen que no puede ser verdad. Sin embargo, temo el día en que salga de la cárcel y que pueda matar a otra mujer. Además, un día u otro nos cruzaremos con él en la calle. Por mucho que lo intento, no puedo quitarme este pensamiento", dice Pilar.

El matrimonio, como otros padres que han pasado por el mal trago de enterrar a sus hijos, se considera condenado a vivir con sus recuerdos en soledad. "Cuando ocurre la tragedia se produce un shock traumático muy doloroso, pero luego se vuelve a la vida diaria y adviertes que nada es lo mismo que antes. Recibes el apoyo de la familia y los amigos, pero ya nada sirve de consuelo", coinciden los padres de Asun.