La ciudad de Zaragoza permanece inmersa en un ansia inmobiliaria que ha adquirido categoría de obsesión sexual. No hay proyecto, reconversión ferroviaria, expansión urbana, expo, plataforma logística o deleznable vertedero que no llegue envuelto en el espeso aroma a millones que produce la especulación. Eso sí, todo el mundo tiene muy buenas razones para darse al vicio. Subastando terrenos Renfe se paga la superestación de Delicias, Defensa compra tanques, el Ayuntamiento tapa agujeros y la DGA equilibra sus presupuestos; a su vez, el cártel inmobiliario gana dinero porque para eso está y las grandes promotoras-constructoras llegadas de fuera hacen lo propio pues éste es un país de libre mercado ( o casi). Todos argumentan de maravilla sus negocios. Incluso el Arzobispado ha pegado en el Seminario un estupendo pelotazo por amor de Dios, lo que viene a ser la quintaesencia metafísica del acto especulativo.

Mi amigo Andrés Cuartero ha dicho que el Plan General del 2002 no sirve pues en tan lejanísima fecha las cosas "eran muy distintas". Seguro, querido, porque de entonces acá ese Plan ha sido tan desatendido que ya no sirve para nada. Creo a veces que su elaboración y aprobación previa poco antes de las elecciones del 99 sólo sirvió para recalificar los suelos del Tercer Cinturón a fin de que sus propietarios se ganasen unos miles de millones de pesetas a costa de los zaragozanos.

Con la Romareda pasa ahora lo mismo. Aceptando que es preciso reconstruir el campo de fútbol, todas las trápalas sobre su futura ubicación no tienen otro objeto que pegar varios pelotazos consecutivos (¡viva el balompié!). Y, ojo, que no se trata sólo de vender el solar (público) del estadio actual para sacar pasta (pública) con la que pagar el nuevo; sino de aprovechar el eventual y tan solicitado traslado de La Romareda al extrarradio para crear allí un nuevo factor de centralidad y desarrollar a su alrededor urbanizaciones, centros de ocio y otras virguerías.

El ansia inmobiliaria ha devenido en sexo duro. Nos está volviendo locos. Y si por lo menos sirviese para que esos pisos libres, de ubicación lejana, regular superficie y acabados mediocres estuviesen a cien mil o a ciento y pico mil euros (no valen más), se entendería esta orgía en la que nos han metido. Pero esas viviendas que digo suelen costar el doble. ¡Ah, ciudad de sodomitas!