«Tocando en la calle pasó más frío aquí en Zaragoza que la temporada que estuve en Islandia». Así de gráfico se muestra el guitarrista Ik Delgado mientras monta su escenario improvisado en el Coso de la capital aragonesa. Hace frío sí. Y en el cielo parecen intuirse los primeros copos de nieve. Pero como muchas personas tiene que pasar al raso esta borrasca para poder ganarse el jornal. «Con las restricciones no tenemos muchas más opciones para ganarnos la vida, sobre todo porque tengo la mala costumbre de comer y de pagar las facturas», bromea este andaluz que lleva ocho años instalado en la ciudad.

Ganarse el jornal bajo la nueve no es sencillo, pero tampoco es imposible. Aunque eso sí, considera que con los guantes la gente es más reacia a las donaciones.

«Ahora nosotros somos una especie de red de alerta», resume la labor extra que les toca realizar en tiempos de temporal el barrendero José María Páramos. Como un batallón de peones a pie de calle recorren todos los barios de Zaragoza atentos a los desperfectos que se puedan originar con el hielo o las nieves. Por eso, a la labor de limpiar papeleras o barrer aceras tienen que sumar el reparto de sal en las zonas complicadas que suelen pasar por alto en los planes generales.

Unas escaleras junto a un parque o un paso de cebra especialmente resbaladizo son algunos de los puntos en los que tienen que prestar atención en esta ola de frío. «Una bajada de temperaturas no es extraña, lo único que tenemos que hacer es abrigarnos más de lo habitual», comenta con resignación sabedor que de tienen que extremar la atención en el desempeño de su trabajo.

Una posición mucho más complicada es la que tienen que afrontar las personas que no tienen un techo. Los campamentos de tiendas de campaña o las infraviviendas del cauce del río están recibiendo esta semana la visita de los servicios sociales y de entidades como Cruz Roja, algo que agradecen personas como José Ignacio López, instalado bajo la estatua ecuestre de Palafox en la plaza Forqué y resignado a guarecerse bajo unos porches en el caso de nieve. «Prefiero que me ataque el coronavirus al frío, eso es algo muy malo», asegura.

Afirma que lleva dos meses viviendo en la calle y dice sentirse desvalido a pesar de la presencia de voluntarios que tratan de atenderle. «Cada día trato de salir adelante, no tengo nada pensado con mi vida», asegura entre la resignación y la desesperanza. Unas mantas, un cartón de vino y gruesos guantes serán su compañía mientras pasa la borrasca.