La realidad es testaruda, pone a cada uno en su sitio, da y quita razones y pone frente al espejo a aquellos que quieren esquivarla. Hace apenas unos días charlé durante unos minutos con un amigo dedicado en cuerpo y alma al sacrificado negocio de la hostelería, un sector que deambula por un 2020 que ha asestado un golpe casi mortal a miles de negocios. «Mira Ricardo, no puedo abrir aunque quiera», me dijo apesadumbrado. «Lo sé», le contesté tratando reconfortarle tras entender que las medidas decretadas contra el coronavirus le dejan en un callejón sin salida. Intenté levantarle el ánimo, pero fue en vano. Tras escucharme durante unos instantes, me confesó la razón de fondo: «Mi padre y yo tenemos covid». Esas palabras cambiaron radicalmente mi forma de entender su situación. «¡Qué equivocado estaba!», me dije.

Aquel día, durante un tiempo estuve reflexionando sobre mi conversación con él mientras me adentraba, un día más, en la actualidad del día a día, a través de la prensa, la radio, la televisión e internet. El bombardeo de información sobre el covid-19 es constante durante los últimos meses, pero da la sensación de que el mensaje de fondo todavía no ha calado en la sociedad. El mensaje de que la salud debe ser lo primero no lo tenemos tan interiorizado como creemos. Si no, no habría más de mil contagios diarios durante la última semana en Aragón, no entraría el virus como lo hace en las residencias de mayores y no llevaríamos más de 1.600 muertos y 50.000 positivos desde marzo.

INFIERNO INTERMINABLE

El pasado domingo, este diario ofrecía una doble página con testimonios directos sobre cómo trabajan y viven (en este caso es sinónimo) los profesionales de la uci del Clínico. Y cómo tratan de sobrevivir los pacientes que llegan a estas unidades sin saber si saldrán algún día de ellas. El relato era demoledor. Un baño de realismo. Un infierno del que parece que no queramos salir.

En el mismo momento en que Ana Lahoz y Nuria Soler, redactora y fotógrafa de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, entraban en esa uci, los primeros espadas de los partidos con representación en las Cortes de Aragón preparaban su intervención en el debate sobre el estado de la comunidad. Solo unas horas antes, el presidente Javier Lambán había dibujado un escenario complicado para la comunidad, apelaba a la unidad y pedía perdón por los errores cometidos durante la pandemia. De forma simultánea, miles de aragoneses lamentaban la situación que atravesaba Aragón, pero también los confinamientos perimetrales de Zaragoza, Huesca y Teruel. El fin de semana daban sol y buen tiempo. ¡Qué pena! Unas horas más tarde salían a la calle los primeros descerebrados para protestar por el nuevo estado de alarma, el toque de queda, los confinamientos perimetrales y qué sé yo.

Nunca antes un enemigo había sido tan invisible, tan feroz y tan subestimado. El virus ha zarandeado la vida de esta aldea global que parece deambular sin rumbo. Por eso, en multitud de ocasiones pienso que el reportaje publicado por este diario el pasado domingo debería salir todos los días, a todas horas y en todos los programas y formatos. «Esto hay que pararlo cuanto antes», «el gran error ha sido negar la enfermedad», decía el jefe de sección de la uci del hospital Clínico de Zaragoza. Esa es la realidad. Y el que no la crea que se pase por alguna de estas unidades.

Por todo ello, quizá sería bueno pararse a pensar diez minutos. El presidente Lambán y el ministro Salvador Illa fueron capaces de pedir perdón la semana pasada por cuestiones bien distintas, algo que les honra. Nadie se esperaba un terremoto así. Y el que lo afirma, miente. Pero también es cierto que pedir perdón, el acto de contricción en sí, debe ir acompañado de medidas de corrección que eviten caer en los mismos errores.

AL BORDE DEL COLAPSO

Hoy, Aragón está al borde del colapso sanitario (si no ha llegado ya) tras el pico de julio y agosto y dos meses de meseta de contagios interminables. La segunda ola ha llegado con virulencia en octubre, y noviembre se prevé durísimo en lo sanitario. Mientras, la economía camina hacia un escenario casi imposible de imaginar. Los cierres de empresas, los expedientes de regulación de empleo, las listas del paro, los concursos de acreedores y el incremento de las ayudas de primera necesidad serán una constante en este tramo final del año.

Trato de imaginar el escenario de los próximos meses, me acuerdo de mi amigo hostelero, de los enfermos de las ucis y de los sanitarios desbordados de trabajo, de las familias rotas por la pérdida de un ser querido, de aquellos que no se atreven a acercarse a un hospital aunque deberían hacerlo... Me acuerdo, en definitiva, de todos estos meses y tengo la sensación de que vamos muy por detrás del virus, de que algo estamos haciendo mal y de que el debate entre la economía y la salud es falso. Sin vida no hay bolsa.