Yo no sé qué haría, cómo se las arreglaría Sigmund Freud para sobrevivir en este mundo de locos? ¿Sería él quien nos atendiese en su freudiano diván o nosotros quienes tuviésemos que orientarle sobre las pautas de este siglo XXI dominado por psicópatas y neurópatas, explotadores y criminales disfrazados de mecenas y demócratas? Sarah Tomley ha intentado responder a esas y a otras muchas cuestiones en un libro singular, recientemente publicado por Larousse: ¿Qué haría Freud...? Cómo los grandes psicoterapeutas resolverían tus problemas cotidianos.

Con un lenguaje asequible y ejemplos cotidianos, la autora se esfuerza por aplicar las técnicas del psicoanálisis a los complejos y problemas del hombre moderno. Que, básicamente, no ha evolucionado demasiado desde que Freud lo psicoanalizó a caballo entre el XIX y el XX, aunque hoy, gracias a los avances de la medicina, la psiquiatría y la psicología conozcamos bastante mejor cómo funciona un cerebro, cuáles son sus funciones básicas, cuáles sus operaciones cognitivas, de qué modo extrae conclusiones, almacena memoria o dialoga transaccionalmente con otro ser humano. Desde los instintos básicos (la supervivencia, la furia...) hasta las más sofisticadas deducciones de Stephen Hawking, sobre el multiuniverso (en paralelo a esa revolucionaria tesis, algunos psiquiatras actuales apuntan a la existencia de varias mentes contenidas en un solo cerebro).

No estaría de más que nuestros políticos leyesen este libro instructivo y revelador de sus más secretas e íntimas pulsiones, ni que su salud mental, como sucede con la física, sea conocida, de dominio público. El hecho de que Donald Trump, por ejemplo, mienta sobre su altura para disimular su exceso de peso o de que Sarkozy use alzas para elevar su estatura indica que ambos y otros muchos políticos serían capaces de ocultar a la opinión pública trastornos psíquicos, bien provocados por el poder, bien por la ausencia del mismo. Debilidades, neurosis, complejos, obsesiones, duplicidades que, de ser conocidas por el elector, con seguridad, replantearían su voto.

Un examen psiquiátrico debería ser obligatorio, también en España, para acceder a cargos públicos de relieve. El test de salud mental no sempre se rellena. Si, al menos, supiéramos que nuestros próceres no están como chotas al jurar el cargo, partiremos de mejor diagnóstico.