Se lo digo más claro: este último (¿último?) rifirrafe en el Ayuntamiento de Zaragoza es un episodio absurdo y anacrónico. Todo este lío doméstico nos devuelve a los viejos tiempos en que los socialistas se tiraron por el precipicio y acabaron tocando suelo en las elecciones del 95. Aunque pudiera ser que algunos sedicentes dirigentes del PSOE zaragozano añoren aquella época, cuando ya tuvieron ocasión de distinguirse hundiendo a su partido.

Poner en el orden del día de una institución de primer nivel las míseras claves internas de una organización partidaria tan grupuscular y poco activa como el PSOE zaragozano no tiene sentido. Mucho menos en estos momentos, cuando amplísimos sectores sociales de izquierda y centro-izquierda han decidido apoyar en las urnas al socialismo como instrumento del cambio político. Supongo que a Rodríguez Zapatero, tan escarmentado después de lo que hubo en Madrid, estos barullos de las familias , los jefecillos y sus intereses específicos le tienen que producir sarpullido. ¿Y qué diántres es eso del documento político , mediante el cual Belloch, los neo-damascos de Pérez Anadón y los neo-rurales de Lambán se repartieron el gobierno municipal bajo el arbitraje de Iglesias? Para la ciudadanía de a pie, ese documento es papel mojado, un triste cambalache entre tahúres. Pueden los firmantes darlo por roto o metérselo donde les quepa. El vecindario consciente lo que quiere es que el primer municipio aragonés sea gestionado con limpieza y sentido común. Para lo cual, por cierto, no hacen falta tropecientos mil tenientes de alcalde, sino ganas de trabajar y de ser consecuentes con las ideas que se les supone a quienes se titulan socialistas.

Belloch es un cunero de complejo pasado y Pérez Anadón, un profesional del aparato de trayectoria no menos compleja. Vamos a ver si uno y otro saben comportarse ahora con sentido común y decencia. ¿O quieren volver al 95, con Atarés de gozoso beneficiario?