Vivimos en la sociedad del escaparate, en la dictadura del postureo, donde cuenta más parecer que ser, mostrar que disfrutar; la sociedad del aparentar lo que no se es, del figurar, del exhibir. Es el reino de lo ficticio, del envoltorio, de Instagram. Es una carrera sin tregua que nos intenta arrastrar a todos, nos desgasta, nos desequilibra. Reconózcalo, usted también se ha dejado seducir por el aplauso fácil y la sonrisa cómplice de sus seguidores en la red.

En otros tiempos, para ser un caballero andante, un galán o un triunfador, era necesario entregarse a la arbitrariedad del sueño, y esperar que Morfeo nos otorgase un descanso inolvidable. Hoy, sin embargo, ya no hace falta dormir para convertirse en la persona que se desea ser de cara al público. Basta un perfil en una red social, unos cuantos selfies, una dosis de sonrisas Profidén y algo de tiempo libre para dibujar una vida envidiable. «Las redes son sueños, y los sueños, redes son», podría haber dicho Calderón de la Barca de vivir hoy en día.

Los fantasmas han existido toda la vida, y el postureo, también. En psicología existe el denominado complejo de Eróstrato para referirse a aquellas personas que buscan la fama, la notoriedad o pasar a la posteridad utilizando todos los medios legales e ilegales a su alcance. Recibe su nombre de Eróstrato, un pastor de Éfeso que en el año 356 antes de Cristo incendió el templo de Diana, erigido en la ciudad y considerado como una de las Siete Maravillas del mundo antiguo, con el único motivo de ser conocido en su tiempo y en la historia.

Hacia el hedonismo

La actual sociedad hedonista ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muchas dificultades para generar felicidad verdadera y alegría interior. En el fondo de cada uno de nosotros existe el anhelo de vivir una vida de grandeza, de dejar huella, de aportar algo, de tener una vida con sentido. Y eso hay que buscarlo en el silencio, apartándose un poco de la sociedad, del ruido, pero también de la epidemia del postureo.

Sin silencio nuestras vidas se ven invadidas por lo urgente, por lo superficial, sin tiempo para gestionar lo importante. Sin silencio, olvidamos lo prioritario en nuestras vidas y nos dispersamos en mil cosas intrascendentes. Sin pararnos a pensar, pasamos por la vida pero no la vivimos en profundidad. Para, piensa, reflexiona y… si quieres, me lo cuentas en @TorresQuilez.