Bajo el nombre de stagiers se esconden los aprendices, becarios o como les queramos denominar que trabajan en las cocinas, generalmente en restaurantes de alto nivel, a cambio de poco más que la manutención y el alojamiento, durante un no muy largo espacio de tiempo. Hacen, pues, stages en importantes fogones para aprender e incorporarlo a su currículo, y las listas de espera son altísimas, por más que los contratos legales sean escasos.

Sobre el papel la idea no parece descabellada, formación a cambio de fuerza de trabajo. Pero la realidad es más compleja. En bastantes casos se les trata como un simple peón, que apenas tiene acceso a los intríngulis de la cocina en que trabaja o, incluso, ni siquiera llega a conocer habitualmente a su jefe. A pelar ajos durante tres meses. En otros casos, ciertamente, cuentan con contrato, salario y se forman adecuadamente.

El caso es que la polémica ha saltado a los medios y las declaraciones de muchos cocineros han sido bastante desafortunadas. Que si ello supone poder mantener unos precios muy por debajo de lo habitual en Europa, que si no les gusta que no vengan -que otros caerán−, que si es una fórmula ya tradicional, que todos lo hacen… Pero hay que respetar las leyes, esas que impiden precisamente que un trabajador no coja vacaciones o que se salte el límite de horas trabajadas, etc.

Incluso entre los propios afectados también hay división de opiniones, desde los que denuncian explotación hasta los eternamente agradecidos a sus jefes por las oportunidades.

Resulta evidente que habría que regular esta actividad o, al menos, controlar que se cumplen las actuales normas. Pero no nos engañemos, esto no solamente pasa en las cocinas. Las redacciones de medios de comunicación, los bufetes de abogados y otros despachos de afamados profesionales están repletos de becarios, pasantes, aprendices en similares condiciones laborales. Con los mismos problemas. Simplemente lo hacen, pero no se cuenta.