Las calles del corazón del barrio de Delicias en Zaragoza huelen a grasa y gasolina. El pasado del distrito estuvo marcado por los talleres que ocuparon los bajos de los grandes edificios levantados entre las avenidas de Madrid y Navarra. Pocos se mantienen en la actualidad. Las calles Ávila, Tarragona, Toledo o Lérida son una especie de reducto de ese pasado, con esos nombres que evocan viajes por carretera. «Nací a dos calles de aquí y toda esta zona siempre ha sido así», evoca el mecánico Jorge Pablo mientras se afana en cambiar una rueda en el taller Cerdán.

Los coches dejan su impronta en los negocios del distrito. Los nombres, los carteles, las propias persianas de negocios cerrados. La reconversión de algunos locales en concesionarios no ayuda a cambiar la percepción de la zona. Los veteranos de la lucha vecinal tienen algunos logros, algunas decepciones y muchas batallas que contar. «Delicias se forjó en los años del desarrollismo, cuando tener un coche era algo fundamental», explica el que fuera presidente de la asociación Manuel Viola, Ángel Muñoz. El desarrollo de otros barrios como el Actur, bastante posterior, siguió pautas diferentes, más orientadas al comercio de proximidad. «Hemos sido el garaje de buena parte de la ciudad», reconocen con resignación.

Los talleres actuales se han adaptado para reducir al máximo las molestias y poder competir con las grandes cadenas que han copado los centros comerciales y los polígonos industriales de la periferia. Donde unos ponen un coche de sustitución, los negocios familiares ofrecen trato cercano. «Nuestro trato a los clientes es impecable, además les ofrecemos una situación inmejorable», asegura Yolanda Fajardo, una de las empleadas en ArranCar (atención al nombre). La antigua sede estaba en Vía Universitas, pero se mudaron a la calle Burgos buscando locales más asequibles sin renunciar a la comodidad.

VIEJOS CARTELES

Los viejos carteles que quedan sobre las puertas cerradas son un catálogo de tipografía industrial. Por ejemplo, el de baterías Magneti Marelli, en una esquina de la calle Toledo, podría decorar cualquier loft pijo dedicado al coworking. «En su momento los talleres fueron algo molesto y peligroso, que llenaron las calles de coches aparcados, pero con el tiempo se vieron fundamentales para la vida del barrio y se logró una convivencia», incide Muñoz.

La especialización temática afectó a algunas de las vías del distrito. Los taxis se reparaban en establecimientos que competían con la calle Caspe, a la que acudía la Policía Local con sus vehículos. Y, según la creencia popular, en la calle Domingo Ram estaban los talleres a los que acudían los jugadores del Real Zaragoza. Eran tiempos de primera en los que los miembros del club se podían permitir autos de alta gama.

La industria, con talleres como los de Escoriaza y Fabro, la cercana presencia de la estación de El Portillo y el hecho de que en los institutos San Valero y Salesianos se impartieron en los años 50 los primeros módulos de formación profesional especializados en mecánica también tienen que ver con la fisonomía presente del distrito. «Las cosas ya no van como antes, ahora las cosas ya no se reparan», lamenta Juan Salinas mientras se afana en la limpieza de una tapicería en un local especializado de la calle Toledo. Cepillo en mano evita preguntarse por la evolución del barrio. «¡Eso son cosas que solo pueden saber los historiadores!», bromea.

GRANDES LOCALES

La transformación progresiva del distrito pasa por la adecuación de los viejos talleres en nuevos negocios, pero no siempre es fácil. El gran tamaño de los locales comerciales hace que solo se hayan instalado grandes bazares de productos orientales que no han soportado la crisis. «Todo va por rachas, hasta la mecánica es cosa de temporada», asegura Salinas. Ahora con las vacaciones y la llegada del calor esperan remontar un poco en la cuenta de resultados.

Un censo provisional realizado por la asociación de vecinos cifró en más de un centenar los talleres mecánicos del distrito de las Delicias a finales de los años noventa. Entonces no era raro observar a los mecánicos arreglar los desperfectos en las chapas de los coches en la misma calle. «Los negocios que se han cerrado por ley no se han podido abrir con otras opciones», lamenta Muñoz mientras reclama una reconversión que suavice la mecánica de estas calles.