Una avalancha de tomates salió disparada hacia la puerta del Ayuntamiento de Tarazona ayer a las 12.00 horas. Su objetivo, el Cipotegato, ataviado con el tradicional traje de arlequín rojo, amarillo y verde, apenas pudo dar un paso antes de que una marabunta de gente ataviada de blanco y azul se abalanzase sobre él. «No cabía ni un alfiler» aseveró tras finalizar su recorrido.

Ya desde las nueve de la mañana, los turiasonenses se desperezaron y salieron a la calle en un día que prometía lluvias a intervalos regulares. Sin embargo, eso no desanimó al gentío, que procedió a compartir con sus amigos y familiares el tradicional almuerzo previo al inicio de las fiestas, y que ya desde las 11.00 comenzó a aglutinarse en la plaza de consistorio.

Se cernía sobre aquella plaza una gigantesca batalla campal en la que los tomates servirían de munición, y en la que ningún presente escaparía sin recibir algún impacto. Tampoco se librarían las decenas de periodistas y cámaras, que se concentraban en las balconadas del ayuntamiento, que recubrieron al completo con un enorme plástico. Las medidas de seguridad resultaron más precarias en la calle: gafas de bucear, chubasqueros, e incluso cascos improvisados con media sandía vacia.

Finalmente la campana del consistorio sonó anunciando la hora indicada, y las puertas del ayuntamiento se abrieron descubriendo a un Cipotegato dispuesto a recibir los disparos de toda la plaza. El afortunado de este año en vestir el traje de arlequin fue Juan Ortega Sanz, un turiasonense de 33 años que llevaba desde los 23 presentándose al sorteo para ser elegido. «Hoy voy a cumplir un sueño» afirmó Ortega poco antes de iniciar su recorrido. Finalmente, el protagonista de la jornada regresó a la plaza de España animado por los vítores de «¡Cipote! ¡Cipote!», tras lo cual fue manteado y transportado por los presentes hasta el monumento del Cipotegato situado enfrente de la puerta del consistorio, donde, tras una breve escalada, comenzó a lanzar besos a la muchedumbre sin que esta cesase en su empeño de lanzarle tomates. De ese modo, las fiestas en honor a San Atilano quedaron oficialmente inauguradas, tras lo cual la gente comenzó a abandonar la plaza en dirección a las terrazas y bares para continuar la festividad por separado.