Lleva días organizando papeles, ordenando periódicos, repasando los 2.000 telegramas recibidos, guardando las 90 cintas que acompañaban los ramos de flores enviados, recibiendo visitas de los amigos. Días para intentar acompasar su cuerpo al ritmo cotidiano. Sus alegres nietas, Marta y Carmela, la morena y la rubia, entran a saludar al llegar del colegio. La tarde se estrecha en el salón del piano, con el sillón de orejeras que hace unos pocos días ocupaba impertérrito José Antonio, su marido.

Un puñado de exalumnos del Ibáñez Martín acudimos a su casa a visitarla, y entregarle un libro de firmas recogidas en una comida celebrada hace dos días en Teruel. Le contamos alborozados que Labordeta nos hizo vibrar a todos con su recuerdo. Eloy Fernández le trae una carpeta repleta de recortes de prensa de toda España: un incalculable testimonio de multitud de periódicos que recogieron la muerte del cantautor aragonés. Eloy apostilla: "Hay que guardar todo esto porque un día será material para una tesis universitaria".

Todos recontamos nuestra propia experiencia, relatando que el pueblo tal y la comarca cual, inaugura una calle o una plaza o un parque, con el nombre del cantautor. Pero es Juana la que pone las cosas en su sitio: "Por encima de todas estas muestras oficiales, a mí lo que me ha llenado de gratitud es el gesto de la gente anónima. Todavía me emociona recordarlo. Esas filas inmensas y calladas de gente de la calle, que sin ninguna obligación acudieron a la Aljafería. La tarde en que salimos a la puerta para unirnos al homenaje espontáneo, de todos los que quisieron despedir a José Antonio cantando sus canciones, nunca la olvidaré", recita al borde del llanto.

El llanto le brota en cualquier momento. Como cuando recibe una llamada de una periodista de Público, que le quiere enviar unos testimonios recibidos en su sede- "Es que he estado a su lado desde los 19 años- Son muchos años", nos confiesa con orgullo.

Segundo plano

Juana de Grandes siempre mantuvo un discreto segundo plano ante la avasalladora presencia mediática de Labordeta. Siempre huyó de los focos, pese a entender perfectamente que su marido se movía con cierta obligación en esos ámbitos de la extrema popularidad. Sus alumnos le recordamos que se ha cometido una ligera injusticia en este reparto de papeles, y a menudo se olvida que ella, Juana, también fue profesora en Teruel. Fue profesora nuestra en quinto, sexto y Preu. Con alumnos como Pedro Luengo, Maricarmen Magallón, Federico Jiménez Losantos, Cesáreo Hernández, Gonzalo Tena, Maribel Torrecilla, Fernando Sarrais, y yo mismo. Profesora de latín en el Ibáñez Martín. Una pedagoga exigente, divertida también, enérgica, estimuladora. Que cuando le preguntábamos desde nuestra insolente ignorancia para qué servía el latín, no dudaba en responder: "Para que aprendais a pensar".

Recuerdo sin duda que Federico, Fede, le hacía mucha gracia. Lo veía tan atrevido, descarado, petulante y revolvedor, que su relación siempre se basaba en la ironía. En ver quién se manifestaba con más gracejo. Porque Fede siempre respondía a los profesores con retranca, con segundas.

Precisamente Federico recuerda hoy en día que visitaba la casa del profesor tan paternal, por su mujer: "Nos invitaba Labordeta, pero a nosotros, pobres alumnos de un internado, nos conmovían las meriendas que nos preparaba Juana. ¡Tazones de café con leche y galletas!" Esa apabullante personalidad de José Antonio colocó en una cómoda posición a Juana, en un rango más discreto, menos ruidoso y alborotado.

Eloy Fernández le cuenta que está a punto de entregar su primer volumen de memorias, que alcanzarán hasta tres. Fue Eloy compañero de Juana,él en primero y ella en quinto, así que repasan la lista de profesores comunes, la nómina de alumnos, el directorio de otros compañeros que hoy forman parte de un brillantísimo grupo de profesores.

"¿Quién te ha enviado telegramas?", le pregunto con curiosidad. "Absolutamente todo el mundo. ¡Pero todo el mundo! Dos mil telegramas de instituciones y más de cien de personas", cita con emoción. Y toma el sobre donde los guarda y va repasando nombres impersonales, mezclados con llamativos mensajes: "Recibí un telegrama de los Reyes, pero no me di cuenta. Para qué veáis cómo me encontraba: veo un texto muy emotivo y leo abajo: Juan Carlos y Sofía. Yo no caí hasta más tarde quiénes eran, hasta que me fijé que arriba ponía Casa Real. Porque recibí otro de Felipe y Leticia y sí, abajo añadían: Príncipes de Asturias"

Absolutamente todos los ministros y muchos ex enviaron sus testimonios. Todos los miembros de la oposición. Le emociona un telegrama enviado por Felipe González: "Con Felipe tuvo José Antonio una cierta relación, pero se caían muy bien. Me contaba José Antonio que una vez en el bar del Congreso estaba Felipe tomando algo y se acercó a saludarlo: "Hola, Felipe, no sé si me conoces, soy José Antonio Labordeta", le soltó acercándole la mano. Felipe le respondió: "Sé perfectamente quién eres. Es más: yo siempre he sido fan tuyo y yo sé que tú nunca has sido mío". Nos reímos, que es una forma de olvidar las cosas dolorosas. Ha pasado casi un mes, quién lo diría, y sin embargo el recuerdo de su marido, del profesor, del cantautor, está cada vez más presente. Comentamos el asombroso obituario que le ha dedicado un diario tan prestigioso como The Guardian, algo que Juana desconocía. Pero no tenemos un ejemplar para entregarle; nuestra referencia es a través de internet, de la versión online del periódico. Juana se confiesa bastante ajena a esas novedades. "No te preocupes, vengo un día con un pincho y te cargo la página para que la veas", le anima Eloy. En realidad a Juana le produce temor adentrarse en esas tecnologías. Confiesa que no ha abierto el ordenador de José Antonio, que no sabe cómo se hace, que desconoce qué hay que hacer con su correo, que sospecha acumulará testimonios insólitos. Es cierto: ¿qué se hace con la web personal, con la lista de correos, qué se hace con el número de teléfono móvil cuando uno fallece? Personalmente guardo y guardaré siempre en mi móvil la referencia de José Antonio-

"Uno se da cuenta de lo que extrañas al otro cuando no está", nos confiesa Juana, recordando tantos momentos jubilosos al lado de su marido. "Incluso te dices si no tendrías que haber sido más atenta o amable en aquella circunstancia, o en aquel momento concreto-"

La tarde se abochorna en este octubre insólito. Eloy ocupa el sillón que siempre ocupó Labordeta. Pedro Luengo entrega a Juana unas fotos de todos los alumnos, más de 60, que se reunieron en Teruel para celebrar el recuerdo de sus dos profesores. Profesionales que llegaron de Madrid, Valencia, Castellón, Barcelona y otros que se quedaron en el Teruel donde todo comenzó, con un don Florencio presidiendo la comida. Juana nos comenta que Labordeta albergaba la ilusión de poder acudir a este encuentro, como viajó al que se celebró hace cuatro años. "Me dijo hace muy pocos días que si se mejoraba un poco y cogía algo de fuerzas, iríamos los dos. Que vendría con la silla de ruedas, pero quería estar con sus alumnos. Yo sabía que eso era imposible, que su salud estaba ya muy mermada", relata Juana con una sonrisa dolida.

Antes de marcharnos volvemos a recordar el emocionante adiós que le brindó todo Aragón. "Me llamó un amigo", nos comenta Juana, "y me comentó que ese funeral fue tan perfecto que parecía ensayado. Todo fue impecable. Elegir la Aljafería fue un acierto total, porque la Aljafería representa a todo Aragón, no a ninguna provincia ni capital. José Antonio nació en Zaragoza, pero Teruel fue determinante en su vida. Huesca le llegaba al alma, con Villanúa y Canfranc en especial. Así que no se podía despedir desde un lugar limitado, tenía que estar todo Aragón", nos confiesa embargada por la emoción.