Las Cortes aragonesas son lo que son: un miniparlamento al que malamente cabe llamar Legislativo porque apenas legisla. Tramita poquitas leyes al año (si quitas la de Presupuestos y las normativas de índole doméstica, casi no queda nada que llevarse a la boca), debate alguna que otra proposición no de Ley (pero las justitas, que si el Gobierno regional no aprieta, tampoco piensen ustedes que la oposición se hernia) y lo más de lo más son las preguntas; o sea, el teatrillo político.

El otro día me contaba un consejero de la DGA que cuando ha de comparecer ante la Cámara observa cómo la mayor parte de los diputados pasan de su discurso y se quedan en Babia. Seguro que es verdad, pero tengamos en cuenta que sus señorías se han hecho la cuenta de que si el Ejecutivo no ejecuta y ellos tampoco legislan... para qué te vas a incomodar.

En realidad, el Gobierno autónomo algo sí que gobierna. Pero al no tener verdadera capacidad decisoria respecto a las cuestiones más candentes y al no disponer tampoco de unos recursos financieros que pueda controlar realmente, pues hace lo que yo llamo gestión defensiva en lo concreto (parar a los sindicatos en este lío, a los médicos en aquel otro, a los padres de alumnos, a los vecinos de aquel pueblo...) y gestos ofensivos en lo general (por ejemplo en el tema del trasvase; aunque bien es sabido que la DGA sólo pasa al ataque cuando en Madrid mandan los otros ). Por eso son tan previsibles (y tan sosos) los debates que se producen en nuestras amadas Cortes.

Así son las cosas y así hay que contarlas. Iglesias, que atesora sin duda históricos logros (entre los baldados no es difícil batir récords), está refugiándose definitivamente en las tácticas defensivas: quieto en la mata y a no meter la pata. Calma en el Pignatelli... y en La Aljafería. Antes aún hacía de las suyas Angel Cristóbal Montes; pero su inmersión en la derechona le ha descontextualizado el verbo. Qué pérdida para la escena.