"Yo salí del bar a fumar con un amigo. Él me dijo que tenía el teléfono roto y me pidió el mío para enviar un mensaje para buscar tema". A Raúl P. E., natural de un pueblo de Jaén, le habían caído bien las dos personas que había conocido la noche del 12 de marzo del 2011 en la puerta de un local de Cadrete. Sin embargo, lo que pudo ver como el inicio de una amistad, o de una relación comercial, era en realidad el principio de una ruina.

Raúl le había pedido el favor a un agente de la Guardia Civil destinado en Casablanca que ese sábado por la noche libraba y había salido con un amigo a tomar unas copas. No era la mejor compañía para pillar unos gramos, tal y como se deduce del testimonio que el agente ofreció ayer en el juicio celebrado ante la Sección Sexta de la Audiencia Provincial de Zaragoza.

La Fiscalía pidió para Raúl y para sus dos compañeros de banquillo, Miguel J. F. y José R. B., penas de tres años y medio y de cuatro años y medio de prisión. Sus defensas, ejercidas por los penalistas Olga Oseira Abril, Carlos Castillo y Carmen Sánchez, solicitaron la absolución --también pidieron la nulidad de la causa por presuntas irregularidades en las intervenciones telefónicas que siguieron a la extraña noche--, aunque los dos últimos admitieron para sus patrocinados, subsidiariamente, condenas de menos de tres años de prisión.

Relato

El agente añadió que Raúl le explicó "que iba a venir un amigo a traerle cinco gramos" de cocaína, tras lo que aquel, en un aparte, pidió el apoyo de un coche patrulla que llegó a misas dichas. Luego acompañó a su supuesto amigo a casa de un conocido, tras discutir con el cual --"imagino que era porque no quería que estuviéramos allí"-- regresó al coche del guardia. "Llevaba una bolsa y dijo que eran cinco gramos de cocaína. Dijo que era muy buena. Cuando se hizo una raya me identifiqué y, tras un forcejeo, lo detuve", añadió. Más tarde identificaron al supuesto vendedor --las defensas sostienen que no hay delito porque el polvo de la bolsita no fue analizado-- como Miguel J. F.

Los acusados negaron que traficaran con droga, aunque durante la investigación uno de ellos confesó que lo hacía por presiones de otro imputado. Dos consumidores que declararon como testigos indicaron que hasta hace unos años le compraban droga a Miguel J. F.