Las tertulias literarias han sido una constante en Zaragoza. La más conocida será la del café Niké. En los años 50 Miguel Labordeta y sus compañeros de la Oficina Poética Internacional llenaron de locuras la gusanera de la ciudad. Pero también destacaron la Teatral o la de la Fragua, entre otras. Ahora, con la tradición de capa caída en los bares, reducidas a meras prácticas de inglés, los abuelos del barrio de Santa Isabel han sabido crear un espacio de convivencia desde el que sentar cátedra, combatir la soledad y echar unas risas hablando de lo humano y lo divino. «Si me cortan la libertad me cortan la vida», dice Antonina, una de las participantes más activas.

Una pequeña biblioteca delimita el espacio para conversar en el centro de convivencia del barrio. Junto a las butacas, algunos de los consejos que establecieron hace tres años cuando se puso en marcha el proyecto ¡Nos gusta hablar!, con la tutela de la directora del centro, María Pérez. Las recomendaciones son básicas, aunque no siempre se cumplan, pues lo importante es la espontaneidad de la conversación. Una de ellas pide no hablar en corrillos pequeños. Otra evitar las cabezadas y las siestas.

Antonina Pina merece un reportaje propio. A sus 87 años dice que se mueve mejor con el andador, pero acude a la tertulia con un precioso bastón de bambú con una cabeza blanca de pato como empuñadura. «Ha pasado ya mucha agua bajo el puente del Ebro desde que nací», indica sin perder la energía. Colabora en la rondalla y a veces recita versos para sus compañeros.

El tema de debate es el transporte público. Se sienten un tanto abandonados, como residentes en la periferia. También discuten sobre el papel de la mujer en la sociedad. Aquí los tres hombres de la reunión tienen que ponerse a la defensiva. «Las cosas han cambiado mucho», reconocen. En teoría no se permiten comentarios machistas, pero alguno se escapa. Parece inevitable. Si en algún momento se quedan sin asuntos que despellejar recurren a algunos trucos: se dejan mensajes en unas botellas viejas de gaseosa con reflexiones anónimas o sacan preguntas genéricas de una caja que guardan en su armario de materiales. Ojo, que todo tiene su enjundia: «¿Qué hacer con los hijos cuando son mayores y no respetan mis decisiones?», lanza una de ellas.

«Este espacio se ha convertido en una referencia para toda la ciudad, es una pasada», precisa Pérez. Ya les han copiado el modelo, en Terminillo y Salvador Allende. De vez en cuando aún acude una dinamizadora municipal, pero el funcionamiento de la tertulia es autónomo.

«Esto es muy parecido a cuando antes nos juntábamos en la torre del barrio, en el Espartidero», resume Mercedes Soriano, recordando el pasado. Los tiempos cambian, pero las ganas de hablar y bromear permanecen. Una vez hasta montaron una excursión conjunta al tranvía porque una de ellas no había montado nunca en uno. «Es muy agradable conversar con esta juventud», bromea Pascual, vicepresidente de la junta de representantes del centro a sus casi 90 años.