RAÚL CARABIAS - SOLDADO DE REEMPLZO EN SAN LAMBERTO

«El Ejército me hizo madurar a los 17 años»

«El Ejército me hizo madurar a los 17 años»Raúl Carabias es de Zaragoza y con 17 años se fue voluntario a hacer la mili. «No lo hice porque tuviera espíritu militar, sino porque mi padre me aconsejó quitarme la mili de en medio cuanto antes para buscar trabajo», explica. Lo destinaron al cuartel de San Lamberto, en el barrio de Miralbueno, una instalación que ya no existe. «Fui en 1991, en el primer reemplazo que hacía el servicio militar de nueve meses, en lugar de doce, como hasta entonces», señala.

Para él fue una experiencia dura, sobre todo al principio, ya que cuando llegó al cuartel era un chaval y se las tenía que ver con quintos de más edad y siempre había alguno que abusaba de que era mayor. «Al final resultó que me hice muy amigo de los compañeros con los que peor me llevaba al entrar», asegura. Y al cabo de los años, Raúl ha llegado a la conclusión de que aquella etapa de su vida «mereció la pena». «La disciplina y el respeto por el mando que me dio el paso por el servicio militar me fue bien y me hizo madurar a los 17 años», cuenta ahora que tiene 47. El orden que imperaba en todo lo que se hacía se le quedó grabado, dice. Y a veces, cuando juzga aquel momento de su adolescencia desde la perspectiva actual, cree que hizo mal en no reengancharse. «Me arrepentí de no haber permanecido en el Ejército, sobre todo a la vista de la inestabilidad laboral que encontré luego en la vida civil», confiesa.

DAVID F. GISBERT - SOLDADO DE REEMPLAZO CATALÁN

«Mi peor pesadilla era que tenía que volver»

«Mi peor pesadilla era que tenía que volver»El catalán David F. Gisbert hizo la mili en la Brigada Castillejos en los años 89 y 90. «Cuando terminé el servicio fue como si saliera de una cárcel», dice. Volvió a su tierra y, al principio, se despertaba bruscamente en medio de la noche porque tenía una pesadilla recurrente. «Soñaba que no había acabado la mili aún, que tenía que volver al cuartel, y era una sensación angustiosa», relata. «Estando allí tuve problemas de salud, una vez porque recibí un golpe de forma involuntaria y otra por una fístula», manifiesta. Sin embargo, aquella mala racha pasó y ahora David, a sus 50 años, guarda «un buen recuerdo» de su paso por el Ejército. «Creo que a más de un joven le iría bien esa disciplina», piensa. Considera que no le fueron mal las cosas. «Se me daba bien la informática y tecleaba rápido, de forma que conseguí un puesto en las oficinas y me libré de las tareas más pesadas», explica. Esa situación de relativo privilegio, señala, no pasó inadvertida para algunos compañeros. «Me cogieron celos, no veían bien que ellos estuvieran puteados y yo tuviera un trabajo más fácil», afirma David, que entonces vivía en Vilanova i la Geltrú. «Les sabían mal hasta las bajas que me daban por mis problemas de salud», añade. Claro que también hizo amigos, aunque les perdió la pista. «Salíamos por Zaragoza juntos y marchábamos a la zona de El Rollo, que entonces estaba muy de moda», recuerda.

Carlos Ortiz - SOLDADO EN EL ESCUADRÓN DE VIGILANCIA 1

«No hubo nada de allí que no me gustara»

Carlos Ortiz , de 41 años, hizo el servicio militar obligatorio en un centro de control de radares del Ejército del Aire situado en el pueblo de El Frasno, cerca de Calatayud. Era el año 1997 y él tenía tan solo 18 años. «La verdad es que la mili me fue muy bien para espabilarme», reconoce. «Allí supe por primera vez lo que es estar lejos de los padres y tener obligaciones, desde hacerme la cama a limpiar las botas», explica. Era ya entonces soldador de profesión y en la unidad a la que fue destinado realizó labores de mantenimiento junto a varios empleados civiles, lo que le sirvió para perfeccionar su capacitación laboral. «Se puede decir que en la mili no dejé de hacer mi trabajo», cuenta Carlos, que subraya que en el servicio militar lo pasó bien. «No hubo nada de allí que no me gustara», insiste. «Bueno, yo en realidad quería ir a la Base Aérea, a las afueras de Zaragoza, pero me tocó El Frasno y lo cierto es que me adapté sin problemas», aclara.

«Es más, creo que estuve incluso mejor que si me hubiera quedado en la ciudad», añade. «Hay que tener en cuenta que en mi reemplazo solo éramos 36 jóvenes», continúa. El hecho de que el servicio militar discurriera sin problemas dignos de mención para él se debió en cierta medida al hecho de que «podía regresar todos los días a dormir a casa a Zaragoza». «Tuve mucha suerte, esa es la realidad», concluye Carlos Ortiz.

FRANCHO CHABIER NOGUERAS - INSUMISO

«La insumisión acabó con el servicio militar»

Chabier Nogueras debería haberse incorporado a filas en 1988 y nunca lo hizo porque iba en contra de sus principios antimilitaristas y pacifistas. Su insumisión le llevó a estar encarcelado durante 13 meses en la prisión de Torrero, en Zaragoza, entre 1994 y 1995. «De no ser por el movimiento de insumisión no estaríamos celebrado el 20 aniversario del final del servicio militar obligatorio», subraya Chabi, que es del Colectivo Mambrú y considera la supresión de la mili «un paso más» hacia una sociedad sin Ejército. «Debido a la presión ciudadana, los poderes públicos se vieron forzados a acabar con la mili», indica Chabi.

En su opinión, «la derogación de la conscripción universal obligatoria fue una conquista social propiciada por la desobediencia civil». «Cuando estábamos en plena lucha contra el servicio militar, nos sorprendió el apoyo que recibíamos de gran parte de la sociedad», asegura. Chabi cree que muchos factores hacían del servicio militar obligatorio «algo tremendamente impopular», desde «la pérdida de tiempo que suponía hasta el autoritarismo feroz» que atribuye a los mandos militares de entonces, pasando por «el grave riesgo de sufrir accidentes durante el tiempo en filas». El fin de la mili, dice, era algo ineludible «si se tiene en cuenta que entre 1989 y el 2001, alrededor de 50.000 jóvenes se declararon insumisos en toda España».