Felipe S. R. está lejos de olvidar la noche del 15 al 16 de octubre del 2003. "Mi mujer y yo salvamos la vida porque saltamos al agua de los primeros, antes de que ardiera todo el barco como una tea en cuestión de minutos", recuerda este funcionario zaragozano de 45 años un año después del incendio del crucero Kempinski en el río Nilo. "Ahora tiemblo cada vez que tengo que salir de viaje, aunque sea en avión", dice con voz trémula.

"Mi mujer cayó en medio de unas cañas, a varios metros de la orilla, y hubo que ayudarla a salir de aquellas aguas cenagosas donde no se veía absolutamente nada porque era de noche", recuerda Felipe, que desde entonces recibe tratamiento psiquiátrico.

Muchos de los 140 pasajeros se lanzaron al agua para no perecer abrasados. Uno de ellos, de nacionalidad española, falleció al ser golpeado por las hélices del barco. La mayoría sufrió fracturas de huesos, contusiones y cortes.

"Ninguna agencia de viajes se ha preocupado lo más mínimo de nosotros en todo este tiempo", lamenta Javier Escribano, otro de los supervivientes del incendio, que pudo originarse por una colilla mal apagada o por el estallido de un petardo.

"Recurrimos al Justicia de Aragón y enviamos una carta de protesta a la Embajada de España en Egipto, que ni siquiera se dignó hacer acuse de recibo", manifiesta Escribano, que desde la fecha del suceso todavía tiene el susto en el cuerpo y evita a toda costa salir de viaje. "La Embajada --denuncia-- se desentendió de nosotros y no hizo apenas nada por apoyarnos en unos momentos tan difíciles".

A Escribano se le quedó grabado el hecho de que no funcionara ninguno de los sistemas de seguridad del barco. "Los extintores eran elementos decorativos, no tenían nada dentro", explica. "Y para colmo --añade--, las tablas de madera que lanzaron desde el barco a la orilla no llegaban a tierra y se hundían en el fango".

Desesperado, se zambulló en la corriente desde 15 metros de altura. "Al llegar a la orilla, oí varias explosiones y vi el barco en llamas de proa a popa", dice