El bar Buenos Aires es el corazón del barrio de Torrero. O al menos, así lo piensa un buen número de vecinos que lo ha convertido en un elemento central del documental colectivo Construiremos un canal navegable hasta el mar, estrenado esta semana. Salva Gregorio es el propietario del local y reparte méritos, pues llevan abiertos (y sin cambiar de dueños) desde 1962. «Aquí se ha visto de todo», asegura.

El martes, el colectivo El patio de las pinzas citó a todos los implicados en el rodaje en la vieja Sala Venecia, ahora un centro cultural del distrito. El espacio mantiene el encanto del viejo local de fiestas, uno de esos espacios de reunión que durante la dictadura permitieron vivir momentos de libertad. El estreno estaba abarrotado y superó todas las previsiones. «Es algo increíble», asegura la coordinadora del proyecto, María de Rada.

La cinta cuenta a través de testimonios cómo se pusieron en marcha las asociaciones vecinales, las primeras fiestas populares o las primeras ediciones de la bajada del canal.

El movimiento vecinal de Torrero siempre ha tenido un punto utópico y surrealista. El humor y el cinismo inunda gran las fiestas y manifestaciones que organizan. Por algo son una república independiente y arremetieron contra los publicistas de Ikea por un «posible plagio» en aquella recordada campaña de la firma sueca.

RODEADOS POR EL CANAL

La mirada de la cinta comunitaria tiene algo de nostálgico, inevitable cuando se abordan batallas pasadas. «Hemos puesto la mirada en los temas que propusieron los propios vecinos», reconoce Rada. La labor del colectivo El patio de las pinzas se ha limitado a la coordinación y al apoyo técnico, así como a poner los materiales.

Rodeados por el canal Imperial, los vecinos de los distritos de Torrero y la Paz parecen de una pasta especial. Defienden que el relativo aislamiento les ha beneficiado a la hora de impulsar una comunidad, siempre con gran conciencia social. «La unión que han tenido siempre les ha ayudado mucho a conseguir sus propósitos», narra la coordinadora.

El Buenos Aires, en la calle de Martínez Vargas, es un ejemplo de ello. Con nombre porteño por la gran afición al tango de su fundador, este pequeño local fue desde el comienzo refugio para los jóvenes más politizados del distrito. «Ha venido mucha gente de izquierdas, pero también de otros sitios», asegura Gregorio.

En la memoria de muchos parroquianos están las cargas de los grises -la Policía Armada en tiempos de dictadura-, con abundantes registros. Aunque en la actualidad afirma que siguen recibiendo la visitad de los azules, como llama a la Policía Nacional.

MIRADA COLECTIVA

La vida que narra Construiremos un canal navegable hasta el mar sigue su curso. En los patios interiores que forman los bloques de la delegación nacional de sindicatos (aún con sus símbolos franquistas) un vecino vende tomates y mandarinas junto a un banco. «Prueba, que son buenas», le asegura a una mujer que arrastra su carro de la compra.

La próxima proyección de la cinta tendrá lugar en un lugar mucho más institucional: la sede de Zaragoza Activa, que se celebrará el próximo 27 de marzo. El semillero de ideas que funciona en la antigua azucarera fue el origen de El patio de las pinzas y este será un modo de cerrar el círculo.

Para el futuro, Rada confía en ampliar la mirada de los documentales colectivos a otros barrios de la ciudad. Por el momento han comenzado a trabajar en La Magdalena buscando «nuevas historias auténticas que puedan ser referentes, educativas o inspiradoras».

Una llave enmarcada en una bandera republicana tras la barra del Buenos Aires habla del pasado del barrio. Pero el activismo humorístico del distrito se mantiene vivo. «Aún quedan chavales dispuestos a cambiar las cosas, como demuestran algunas asociaciones o la okupa Kike Mur», zanja Gregorio.