Parece una historia de mentira, pero es de verdad. Un mago pasaba por delante del negocio que tienen los padres de Jesús Encabo (13 años) en el barrio de La Magdalena y le ofreció una tórtola blanca. Aceptó el regalo sin dudarlo. Y así, en compañía y aprendiendo trucos han pasado cuatro años. «Se le coge mucho cariño», dice. Sin embargo, la semana pasada, las cosas se torcieron. Blanquita, que así se llama el ave, voló. Pero no lo hizo para posarse en el hombro de su dueño y reclamar atención, ni tampoco para jugar con los periquitos de la casa. Voló para salir por el balcón y no volver. Desde entonces la están buscando. Han llenado las farolas con carteles con su foto y han recibido decenas de muestras de apoyo. Blanquita se ha perdido y entre todos la tienen que encontrar.

Las tórtolas no son unas palomas cualquiera, como pudiera pensar cualquier profano. Son inteligentes, leales y muy aficionadas a las caricias. El gato de los pájaros, afirmaría cualquiera que la viera acercarse a su dueño buscando que le rasquen en la parte de atrás de la cabeza. Blanquita, que ha vivido parte de su vida en el interior de la tienda, posada sobre un piano (también va en serio) y mirando pasar a los vecinos del barrio, está acostumbrada a convivir con tortugas y conejos. La madre de Jesús, Isabel Blasco, asegura que desde siempre ha sido muy aficionado a los animales. No descarta que abandone la senda familiar, dedicada a la fontanería, y se acabe dedicando a la veterinaria.

Estirar las alas

Ahora han solicitado la ayuda de los vecinos para localizar al ave perdida. No saben las razones que han llevado a Blanquita a dejar su nido familiar, pero por el momento han visto que no se ha marchado muy lejos. Algunos informadores les han mandado fotos del animal posado en los tejados cercanos o picoteando en la calle junto al resto de palomas de la plaza. Una persona les comunicó que estaba posada en un balón cercano. Y una tarde sacaron una de las escaleras del taller y trataron de alcanzarla en las ramas de uno de los plataneros de la calle Universidad, pero la muy blanca no se dio por aludida y emprendió un ligero vuelo como si la cosa no fuera con ella.

«Seguro que acaba volviendo», se muestra confiado Jesús. Hace un par de años ya la perdieron de vista durante cuatro días y la pudieron recuperar. «Se las apaña bastante bien sin nosotros», dice. La tórtola en las últimas semanas estaba vivienda en casa de su amiga Charo, justo en el edificio que está encima de la taberna Urbana. Tenía muy buenas vistas y quizá eso la animó a estirar las alas.

Hablando de magos y de cosas que se pueden sacar de una chistera, la otra mascota de Jesús es un conejo llamado Niebla. Asegura muy serio que lo puede hipnotizar para que se ponga patas arriba. Con Blanquita se llevaban bastante bien y compartían alpiste a pesar de algunas disputas por el cojín en el que dormía. «Los vecinos pasan por delante de la fontanería y nos preguntan por la operación de rescate», indican agradecidos por la comprensión que han encontrado. Aunque viven en San José su tienda lleva 40 años instalada en el barrio y eso genera una conexión especial.

Lo que más le gusta comer a Blanquita son las migas de pan. Como muchas compañeras de su especie streptopelia risoria no está muy acostumbrada a recorrer grandes distancias, es sí, cuando se enfada tiene un canto agresivo. En el cartel que han colgado por el barrio la describen como «mansa y muy cariñosa». Domina el arrullo como ninguna. Únicamente es necesario tener en cuenta que es más pequeña que una paloma normal, pues algunas de las personas que han llamado con avisos la han confundido con otro tipo de aves de las que planean por la plaza. Sabiendo que Blanquita está en las cercanías es inevitable multiplicar la atención. «Me daría bastante pena no volverla a ver», asegura Jesús con la esperanza de volverla a tener en los próximos días sobre su hombro