La crisis sanitaria que a nivel global ha generado el Covid-19 manifiesta una alarmante cifra de personas fallecidas, siendo las más indefensas (por motivos de edad, procedencia o nivel económico) las más afectadas. Tras más de 60.000 personas rescatadas en el mar, esta lamentable situación nos ha llevado a tomar acciones para realizar, ahora en nuestra propia casa, lo que mejor sabemos hacer: proteger la vida de los más vulnerables.

Hace casi cinco años la imagen sin vida de un pequeño niño sirio, Aylan, conmovió al mundo y movió a un equipo de socorristas de playa de nuestro país a situarse en la primera línea de la costa norte de la isla de Lesbos, en Grecia, para proteger las vidas de las miles de personas que, huyendo de guerras, persecución o pobreza, alcanzaban a diario la costa; a bordo de barcas sobrecargadas, con las que las mafias sin escrúpulos les tiraban al mar para poder llegar, al fin, a un lugar seguro y de paz. En esa costa, en ese preciso lugar, descubrimos que el valor de la vida humana a ojos de Europa, viene marcado por el lado del mar donde hayas nacido. En ese mismo momento se gestó la esencia de Open Arms.

No éramos una organización, éramos un grupo de personas comprometidas, todas voluntarias, que poníamos en pausa nuestro día a día para ayudar con nuestra experiencia a las miles personas que Europa había abandonado en una perversa inacción deliberada. Pero también para darles voz, después de comprobar la sistemática vulneración de sus derechos, a la que Europa les somete sin pudor. Cinco años más tarde, seguimos adelante porque somos la respuesta popular de miles de personas y cientos de voluntarios que hacemos frente a la falta de humanidad en las políticas migratorias de la Europa fortaleza.

Hemos crecido en la emergencia del Mediterráneo, primero contando sólo con nuestras propias aletas y neoprenos. Unos meses más tarde, el flujo migratorio se incrementó en el Mediterráneo Central con miles de muertos y fuimos con un barco prestado, el Astral. Más tarde fletamos un viejo pesquero adaptado, el Golfo Azzurro, pero tras un intento de secuestro por grupos armados libios, su armador decidió rescindir el contrato por miedo a perder su barco. Entonces nos donaron un viejo remolcador de altura, el Open Arms, cuya cubierta sigue impregnada de la vida de miles de personas que hemos rescatado de un mar que las políticas de la Unión Europea han convertido en la frontera más mortífera del planeta.

Europa criminaliza a los que huyen de los horrores de Libia, que la propia Unión Europea financia, y levanta muros que matan a los más vulnerables en lugar de protegerles. Sin embargo, las vidas negras importan, en el Mediterráneo también, no son números, sino miembros de una familia: hijos, padres o madres. Por eso, poner humanidad y dignidad es también nuestra misión.

La llegada de la pandemia y el confinamiento en tierra tuvo un efecto inmediato en Open Arms; acostumbrados a trabajar en la emergencia en el mar, donde los recursos son muy escasos, la seguridad es clave, y muchas son las vidas en peligro, no dudamos en ponernos disposición de la investigación científica, las administraciones y el ámbito sanitario para ayudar en lo que fuera necesario, priorizando siempre la protección de los más vulnerables.

En los meses más duros de la pandemia nos adentramos en las residencias de ancianos del territorio catalán, donde realizamos más de 20.000 test PCR que sirvieron para hacer una detección precoz y poder frenar así la curva de contagios. Fuimos testigos del efecto devastador del virus, entre otras cosas. Colaboramos en el traslado de personas de la tercera edad con un diagnóstico positivo a centros sanitarios, con el reparto de material a personas vulnerables en cuarentena o sin hogar. Nuestra misión no hubiera sido posible sin la valentía y disponibilidad de decenas de voluntarios que se sumaron en un gran esfuerzo colectivo, así como la colaboración de numerosas iniciativas ciudadanas que hicieron posible nuestra labor.

En estos meses hemos reforzado nuestra convicción: la vida de las personas es lo más importante. Debemos proteger primero a los más vulnerables, pues son los que más sufren en una situación de emergencia sanitaria, incluso en el primer mundo. Ahora que creíamos recuperar la vieja normalidad, el virus se ceba una vez más con los más desprotegidos, con las personas invisibles, con las manos que recogen del campo lo que llega a nuestras mesas, muchos de ellos viviendo en condiciones precarias que no han variado en décadas.

Por esta razón nos mantenemos activos y seguiremos así mientras podamos contribuir a frenar el contagio en las zonas de mayor incidencia. Comenzamos por el Segrià, con el cuidado, seguimiento y acompañamiento de las personas positivas del covid-19 (confinadas en un polideportivo convertido en centro de confinamiento); y realizando pruebas PCR para tomar las medidas adecuadas, incluso de aislamiento. Estas acciones las podríamos repetir en otros lugares, como el Cinca Medio o el Bajo Cinca, donde también están ocurriendo varios brotes, o en cualquier otro lugar de Aragón donde se necesitara.

De igual manera, acudiremos allá donde podamos ser de utilidad, convocando a la sociedad civil, en especial a la juventud, para sumar esfuerzos y encontrar juntos soluciones al momento más crítico para la salud pública de nuestra historia.

*Fundador de Open Arms