Con la celebración del día de Navidad (Natividad de Jesús) culmina el período cristiano del Adviento, el que anuncia la llegada del alumbramiento de Cristo, nacido para llenar de luz al mundo. De hecho, para los romanos el sol era el dios de la vida, y por ello, en las mismas fechas de la Navidad, la Roma clásica celebraba la fiesta del Sol invictus en honor al dios Mitra. De este modo, la celebración de la Navidad --una vez que en el año 380 el emperador Teodosio convirtió el Cristianismo en la religión oficial de Roma-- pudo deberse a un deseo inicial de las autoridades eclesiásticas por contrarrestar la influencia que ejercía la religión mitreica.

Ya en nuestros días, la Navidad es el período del calendario cristiano con más y diversas tradiciones a él asociadas. Así, por ejemplo, en algunas localidades del Bajo Aragón era habitual que los niños acudieran en Nochebuena a la misa del gallo, provistos de bochigas (o bufas) de gorrino. Se habían aprovisionado de ellas durante la matacía y las habían inflado a modo de globos, que hacían estallar con gran estruendo, en el momento en que el cura procedía a la Consagración. Y tras la misa del gallo, en muchos pueblos de la comarca turolense del Matarraña, los pequeños iban a recoger el aguinaldo por las casas de los vecinos, provistos de cestas, y cantando villancicos como este: "Es lo día de Nadal, i matar é lo gal (gallo), i a la plega (búsqueda) de lIaguinaldo tots hi anem (vamos) cantant: doneu-mos diners y guirlatxe, torrons, panses (pasas) i figues, aixi com anous (nueces) i olives, i si no mIon doneu / per les escales caigueu".

También en tierras bajoaragonesas fue tradición en el día de Navidad que los novios regalasen a sus novias un gallo hecho en masa de pan. Pero más frecuentemente era una anguila de mazapán (marzapán), enroscada en espiral, y ojos de cristal, colocada en el interior de una cajita redonda de cartón bellamente decorada. Además, el novio la adornaba con plumas y flecos de colores. Ese día, si los padres aprobaban al pretendiente, se le invitaba a cenar o a tomar café.

En otros lugares, la Navidad era el tiempo en que se hacía la subasta de aleñar o abastecer de leña al horno de pan. Para entonces eran las mujeres de cada casa quienes amasaban su propio pan, tortas y mantecados, y los llevaban al horno.

Otra interesante tradición navideña era la de la Tronca de Nadal, celebrada en buena parte de los pueblos del Alto Aragón, pero también en muchos de la Franja oriental, además de en Cataluña y Galicia. Tras la cena de Nochebuena, una vez los niños se habían acostado, sus padres o abuelos arrimaban un buen tronco hueco de roble u olivera hasta la chimenea, y lo rellenaban de regalos, caramelos y dulces. Así, cuando los niños se levantaban, cogían las estenazas del fuego, o el badil y golpeaban el tronco para que saliesen las sorpresas que contenía.

Esta tradición, seguramente propia ya de los pueblos peninsulares prerromanos, estaría relacionada con el deseo simbólico de hacer brotar los últimos frutos a un ciclo agrícola ya finalizado y con ellos propiciar la abundancia del entrante. De hecho, las cenizas del tronc de Nadal se esparcían por los campos para asegurar una buena cosecha.

Y LLEGADA LA Nochevieja existía la tradición de ir a pedir por las casas el cabo de año. Muchas veces eran cuadrillas de niños, pero también los mozos que habían entrado en quintas y al año siguiente tenían que hacer el servicio militar. Así, los vecinos de cada casa ya habían preparado para cuando llamasen a la puerta, un fardo con productos de la recolección: higos secos, nueces y derivados de la matacía. Asimismo, determinados gremios (carteros, serenos, barrenderos-) recorrían los barrios de las ciudades repartiendo casa por casa tarjetas navideñas de felicitación, con un dibujo alusivo a su oficio, con las que pedían el aguinaldo.

"Date prisa, que nos van a dar las uvas" es ahora una frase común, pero que seguramente no empezó a generalizarse en España hasta después de 1909. Año en que, tras una buena cosecha, un grupo de empresarios alicantinos decidió poner en marcha una avispada campaña, que no fue otra que la de promocionar la costumbre (de la que se tiene constancia ya existía en España en 1895, relacionada con la guerra de Cuba) de tomar un grano de uva el día de Nochevieja con las últimas doce campanadas del año. Costumbre muy recomendable ya que se dice que tomadas a la par que los sonidos auguran salud y dinero.