Eel sábado cené un plato de setas (silvestres, claro). Al tercer bocado, un profundo sabor a bosque inundó mi paladar. Allí estaba el aroma del humus y el de los árboles, la quintaesencia de la espesura húmeda. Al día siguiente, por la mañana, salí en bicicleta y siguiendo la carretera a Castejón de Valdejasa crucé (no diré que veloz, pero sí raudo) entre el frondoso pinar. Entonces percibí el aroma de la floresta, un perfume húmedo y vegetal, primario y delicioso. Y a la tercera inspiración mi boca se llenó de exquisito sabor a setas. Una experiencia sublime.

Yo pensaba utilizar este primer párrafo para lanzarme a una explicación personal y vehemente sobre las razones por las que tan a menudo hago desde aquí reflexiones ecologistas. Pero luego lo he pensado mejor y he optado por aprovechar la serenidad del bosque y el interés gastronómico de los hongos para comentar la suave tranquilidad que exigirán los días que vienen. Porque el jueves 16 está a la vuelta de la esquina, hay como cierta electricidad en el ambiente y conviene que los ánimos estén serenos y cada cual temple sin aspavientos su corrrespondiente gaita. Así evitaremos mosqueos tan clamorosos como el que se produjo ayer cuando el PAR, aprovechando los presupuestos de la DGA, le metió al Ayuntamiento de Zaragoza palmo y medio de canon de vertido por donde más duele (¿hicieron la jugada Biel y Boné mientras Marcelino y Bandrés miraban hacia otro lado?).

Permanezcamos calmosos como Zapatero en la Comisión del 11-M (incluso yo me dormí varias veces escuchando sus amables disertaciones); impertérritos cual Llamazares ante la Asamblea de IU; desentendidos de los agobios, tal y como se le vió ayer a Gustavo Alcalde, que por no faltar al Hemiciclo de la Aljafería dejó que su partido perdiese en el Senado la votación de la reforma judicial.

Por eso, pase lo que pase, aunque Bush no nos quiera, ¡aunque no nos den la Expo!... ante todo, mucha tranquilidad.