A la cansina marcha que llevan los proyectos para permeabilizar los Pirineos contribuye no sólo el tradicional desinterés del Estado francés y el escaso ánimo del español (hasta la fecha), sino también un factor más que se relaciona con la actitud de la población al otro lado de la frontera. Si no estuviésemos tan sumergidos en lugares comunes y conceptos superados por el paso del tiempo, nos habríamos dado cuenta de que nuestros vecinos de la Francia, los que viven justo donde acaban los túneles habidos y por haber, no parecen muy entusiasmados por la construcción de líneas de comunicación transpirenaicas de alta capacidad. Esas infraestructuras, que aquí tanto nos ponen, allí están dejando de formar parte del imaginario colectivo y de los intereses concretos de la gente

¿Qué pasa? Elemental: Desde los años Ochenta, los Pirineos franceses han ido albergando un modelo de desarrollo sostenible que se ha expandido con gran éxito y que coloca los recursos naturales, el paisaje intacto, la calidad medioambiental y otros valores similares como principal valor añadido de una oferta que incluye agroalimentación (por lo tanto gastronomía), turismo, deporte o artesanía. Al personal que tiene su vida y su negocio en tan agradable ambiente no le hables de autopistas o de líneas férreas de alta capacidad destinadas al transporte masivo de mercancías; no es lo suyo. Por eso el túnel por Somport se ha quedado trabado en el valle del Aspe y el proyecto del Vignemale ya está suscitando las protestas de los habitantes del área de Lourdes.

A este lado del Pirineo se apuesta por la urbanización intensiva y la apertura en canal de los valles para dejar paso al coche y el turismo masivo; entre nosotros el medioambiente no es un valor añadido sino un obstáculo al desarrollo. Pero allá, en la Galia, miles de personas se manifiestan exigiendo la reintroducción del oso y la salvaguarda estricta de la montaña. El tema transpirenaico se ha desequilibrado.