Entre las provincias de Zaragoza y Teruel, encuentra sus orillas pobladas, en determinados meses del año, por decenas de miles de majestuosas aves cantoras mucho más altas que un gallo (pueden superar el metro de altura y con las alas extendidas los dos y medio de envergadura) las cuales no cacarean pero sí gruyen.

Hablamos, cómo no, de las grullas ('Gru gru' en su nombre latino) a las cuales, según nos contó San Isidoro de Sevilla en los albores del siglo VII en sus Etimologías, se les dio este onomatopéyico nombre, ya en la Antigüedad clásica, debido a su peculiar canto como si quisiesen decir grugrú.

De manera que Gallocanta (laguna y población) podrían también haberse llamado -por qué no- Grullacanta, en honor a las grullas que desde tiempos inmemoriales llegan anual y puntualmente a la redolada (utilizando la laguna de Gallocanta y aguarchales cercanos como dormideros y lugar de descanso) en su trashumante migración desde los fríos del septentrión europeo hacia las calores del mediodía africano; una aérea trashumancia de invernada que las grullas efectúan entre los meses de noviembre y enero. Así mismo, en su viaje de retorno hacia un norte ya más templado, las grullas comienzan a llegar de nuevo, en sucesivas oleadas, a Gallocanta a mediados del mes de febrero y así hasta el ecuador de marzo (precisamente por estas fechas) en que las últimas grullas, batiendo parsimoniosa y majestuosamente sus alas a cientos de metros de altura, retornan a sus puntos de origen.

Para Hesíodo, poeta griego del siglo VIII antes de Cristo, la aparición de las grullas anunciaba el tiempo de la siembra y el de la recolección; y no a gusto de los agricultores, pues la grulla es un ave granívora, aunque tambien omnívora y como tal, se alimenta igualmente de gusanos, insectos, batracios y pequeños reptiles. Por eso gustan estas aves de los humedales y de los terrenos cenagosos, tarquinos y pantanosos, pues es donde encuentran su alimento.

Ornitólogos de todos los tiempos han expresado su fascinación por estas sociables y fieles aves -las más grandes de Europa- que en cuanto a su organización e ingeniosa estructura gregaria recuerdan a otras inteligentes especies del reino animal como son los castores, las abejas o las hormigas. Así, una vez en tierra, las grullas se reúnen en grandes grupos y establecen guardias de vigilancia durante la noche velando por el descanso de sus congéneres; las que ejercen de centinelas posan una de sus patas sobre una piedra y al menor ruido comienzan a gruir, alertando a toda la comunidad.

Los antiguos egipcios ya observaron este curioso comportamiento de las grullas, razón por la cual, en la escritura jeroglífica su representación significaba vigilancia.

En sus desplazamientos migratorios las grullas gustan de alzar el vuelo con nocturnidad, poco antes de que la bella aurora abra al sol las doradas puertas del oriente; pero sus inconfundibles gruidos (audibles a varios kilómetros de distancia) pronto delatan su presencia en el cielo, azulada y cinemascópica pantalla sobre la que se las ve avanzar en perfecta formación en forma de V invertida, la cual permite que las aves que han volado en primera línea puedan ir descolgándose hacia atrás para recuperar fuerzas.

Para los labradores de antaño las grullas fueron los heraldos del tiempo ya que si gruían de día era señal de que iba a llover y si se las veía repentinamente aterrizar profiriendo grandes gritos, significaba que una gran tormenta se avecinaba.

Por otro lado, siendo Gallocanta territorio de la Celtiberia, cabe recordar que la mitología celta dedicó a estas aves un culto especial, de manera que en su interpretación simbólica de la vida, tres grullas coronaban el árbol del mundo. Y aún más misteriosa es la leyenda (presente en la antigua Grecia, en la antigua Roma, China y América del Norte) del combate entre las grullas y los pigmeos, del cual salen victoriosas las aves. Leyenda gruídica que pone de manifiesto la conjunción mitológica de Europa y del Asia septentrional con la de América del Norte, establecida ya durante la Prehistoria a través del (entonces pasillo helado) Estrecho de Bering.

Sea como fuere, a día de hoy, el avistamiento de las grullas es siempre un entrañable espectáculo además de una nueva forma de turismo ('birdswatching tourism' -turismo de avistamiento de aves-) que en los últimos años ha supuesto un importante revulsivo económico para la comarca de Gallocanta.