Lo que le pasa al Ayuntamiento de Zaragoza ( o más bien a su economía) es que ya no da más de sí. Arrastra desde hace lustros una deuda descomunal y gasta más de lo que ingresa. O sea, la ruina. Ahora necesita un plan financiero , pues sin tal plan no puede renegociar esa deuda. Y todo son dimes y diretes al respecto, follones, desencuentros políticos y abundantes demagogias, porque, para más recochineo, en esto de la bancarrota municipal todos los grupos presentes en la corporación son (muy) responsables (salvo, en todo caso, CHA, que es nueva en las tareas de gestión).

No hace falta ser consultora contable ni catedrático de Economía para discernir que las cuentas zaragozanas sólo tienen tres alternativas: o se sube las tasas e impuestos hasta que el vecindario mee sangre, o se reduce drásticamente el gasto corriente, o se vende suelo municipal a tutiplén. También cabría reclamar pasta a otras instituciones, mas no creo que sea una solución estructural para el problema, sino un recurso concreto ante inversiones específicas (nuevos servicios, infraestructuras, la Expo). Pero las tres opciones son peliagudas. Si aumentan la presión fiscal, se les sublevará la ciudadanía; si le meten mano al gasto corriente, toparán con los funcionarios y sus sindicatos; si siguen vendiendo suelo, además de permanecer bajo permanente sospecha (por aquello de los pelotazos y tal) seguirán alimentando la espiral especuladora que en una institución pública queda como feo.

Las tres alternativas pueden ser políticamente contraproducentes. Hasta ahora los munícipes han preferido sacar pasta de los solares (venta, permuta y reclasificación) porque parece que eso le duele menos al personal en el bolsillo (salvo cuando hay que comprarse piso, que entonces duele mogollón), pero resulta imprescindible encontrar salidas más razonables tanto desde el punto de vista social como desde la racionalidad económica.

(Continuará)