Antonia, de 89 años, llegó hace una semana a su nuevo hogar, el centro de personas mayores Rey Ardid Ibercaja en la ciudad de Teruel. Ha sido la primera incorporación que registra la residencia desde que el estado de alarma paralizó la llegada de nuevos usuarios. La anciana, que padece cierto tipo de demencia, fue recibida con cariño y, a la vez, con tristeza.

Porque su ingreso se produjo como en sordina. Sus familiares se quedaron en la puerta diciéndole adiós, sin poder pasar. Y ella enseguida se vio rodeada del personal, que la atendió con solicitud pero llevaba guantes y mascarillas y evitaba cualquier contacto.

En los centros de ancianos la normativa de seguridad se ha endurecido del tal modo que no hay lugar paras las efusiones. “Los equipos de protección deshumanizan un poco la acogida, que antes era un momento muy cálido”, reconoce Marina Marco, directora de la residencia turolense.

“Es que ahora no se les puede dar un abrazo y se han suprimido las presentaciones y el recorrido por las instalaciones mostrando a la residente y a la familia el nuevo entorno, los compañeros y los miembros del equipo, desde la dirección a las enfermeras y auxiliares”, explica.

La aparente frialdad obligada de ahora, comparada con aquello, hace que el recibimiento resulte “atípico”, según Marina, tanto para familia como para la propia residencia. «Reconozco que es una situación muy complicada para la familia», añade la directora, que está al frente de un centro de 126 plazas.

La propia Antonia ha entrado en su nueva casa en unas condiciones especiales. Para empezar, deberá permanecer 15 días aislada en su habitación, sometida a una estricta observación. “Ahora hay que estar mucho con las persona, hacerles mucha compañía, volcarse con ellas”, comenta la responsable del establecimiento.

Los extraños uniformes imponen una distancia que los trabajadores se afanan en superar con una mayor dedicación, si cabe. Máxime en el caso de Antonia, que el pasado mes de marzo sufrió una caída y se fracturó un hueso. Eso, unido a sus problemas mentales, hace que haya que estar muy pendiente de ella.

En realidad, esta anciana recién llegada estrena un nuevo procedimiento que habrá que seguir en adelante con todos los mayores que ingresen en la residencia Rey Ardid Ibercaja de Teruel y en todas las de Aragón.

Las circunstancias excepcionales creadas por el coronavirus han traído consigo cambios en cadena que han afectado a las normas y protocolos que rigen el funcionamiento de unos establecimientos que han sufrido con fuerza el impacto de la pandemia. Y eso que en la residencia turolense solo se dio un caso positivo, al principio, y que llevan 28 días seguidos sin novedad.

Mientras, las llamadas telefónicas de familias que se interesan por las condiciones de vida impuestas por la protección ante la covid-19 no han cesado en ningún momento. No hay miedo en los futuros usuarios, pero sí un gran deseo de informarse. En particular, los hijos, subraya Marina, insisten en todo lo relativo a los medios para comunicarse con los suyos.

La residencia tiene una táblet y pronto habrá una segunda para poder realizar videollamadas que pongan en contacto a los usuarios con sus allegados. Esta forma de contacto ha ido adquiriendo auge, si bien la dirección está estudiando fórmulas para que los de dentro y los de fuera se vean «cara a cara», dice Marina. “Estamos buscando una solución alternativa para que puedan mirarse a través de la valla del jardín”, manifiesta.

Ese contacto visual no será volver a lo de antes del coronavirus, con un régimen de visitas que mantenía engrasados los lazos familiares. Pero, al menos, los hijos y nietos de Antonia y de cualquier otro residente sabrán que, al margen de las frías pantallas de móviles y ordenadores, podrán verse en persona, aunque sea guardando siempre las distancias.