Hoy hace justo una semana de la que, con mucha probabilidad, será la peor noche de su vida. Por la situación de hostilidad, por la incertidumbre social, por la lejanía de los suyos, por el miedo, por los disparos. Por todo esto decidieron regresar a Zaragoza y dejar «la puerta abierta» para volver a Nicaragua cuando las revueltas que dominan el país se calmen.

La médica Lorena Rodríguez y las enfermeras Natalia Formento y María García, todas ellas residentes, emprendieron el pasado mes de marzo el viaje a León (ciudad hermanada con Zaragoza desde hace 25 años) para ejercer su trabajo con población residente en zonas rurales. Integrantes de la unidad docente del sector II del Salud, se desplazaron hasta Nicaragua con la tranquilidad de que era «el país más seguro de Centroamérica», cuentan. «Otros sanitarios nos habían contado sus experiencias allí y nos transmitían eso. De hecho, hasta hace una semana sentíamos una seguridad total, pero todo cambió muy rápido», confiesan.

Las protestas contra la reforma de la seguridad social pretendida por el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, prendieron la mecha. El caos llevó a la quema de edificios públicos, saqueos y hasta 38 muertos en las revueltas, principalmente estudiantes. Actualmente, muchos jóvenes siguen desaparecidos.

«Estábamos en una residencia universitaria. La rutina diaria era ir a los puestos de salud, atender a la población, poner vacunas y dar charlas sobre prevención. Nos sentíamos muy bien y la experiencia estaba siendo enriquecedora, pero el día 20 (viernes) ya sentimos inseguridad», declaran Lorena, Natalia y María. «El único consejo que se nos transmitía era que evitáramos estar en las manifestaciones. Aquel día decidimos ir a dar una vuelta, por no estar encerradas en la habitación y porque en los puestos de trabajo no vinieron los compañeros, pero a los minutos empezamos a escuchar disparos en la calle de al lado», dicen.

Desinformación

Cargaron sus móviles, hicieron algo de compra y regresaron a la residencia. «Nos recomendaron apagar las luces y estar listas por si acaso había que salir. Hasta teníamos preparada una escalera para abandonar el edificio por el tejado», recuerdan.

«Hicimos todo el equipaje porque ya decidimos que queríamos volver a Zaragoza. Tuvimos miedo. El vigilante de nuestra residencia sabemos que estaba con el arma cargada por si acaso entraban», confiesan.

Mientras todo esto pasaba, sus familias estaban sin saber en qué situación se encontraban. «No les dijimos nada hasta que aterrizamos en España. La cónsul en la embajada de León nos facilitó la salida del país, pero nuestra sorpresa fue llegar y que nadie supiera nada de lo que pasaba», dicen. «Nicaragua es un país magnífico, bonito, y ha sido algo inolvidable que nos ha hecho madurar. La pena es la falta de conciencia de la sociedad hacia países así. Depende de dónde vives, tu vida vale más o menos», reflexionan.