El coronavirus ha puesto en jaque a la sanidad mundial. Los hospitales de todo el mundo se colapsaron con el incesante aumento de positivos a medida que pasaban los días. En Aragón, la presión hospitalaria fue muy elevada en la primera ola, en la segunda, en la tercera y tuvo atisbos de ello en la cuarta. Las unidades de cuidados intensivos (ucis) de los complejos aragoneses han atendido a miles y miles de personas hasta quedar desbordadas en numerosas ocasiones, siendo necesaria la ampliación de camas. Los pacientes que tuvieron que pasar en algún momento por la uci, cuentan cómo fueron aquellos días, y cuáles son las secuelas del virus. Todos ellos aseguran tener rastro del covid en su organismo a día de hoy.

Francisco Javier Sobreviela es un vecino de la localidad zaragozana de Alagón que permaneció cinco semanas ingresado en la uci del hospital Clínico Lozano Blesa de la capital aragonesa. Tres de esas semanas estuvo intubado y sedado, y fueron días de muchas complicaciones. A las tres semanas, le despertaron y le practicaron una traqueotomía. En esos días, Javier estaba totalmente desorientado. «Me despertaron y estaba como desorientado, no conocí a mi mujer, no conocía a nadie. Me dieron cosas para que fuera acostumbrándome a que estaba despierto». Pero cuando la cosa parecía mejor, cogió dos bacterias en la piel y tuvo que permanecer otras dos semanas en la uci.

«Cuando me desperté me quedé sin fuerza, solo movía los dedos de la mano. Las enfermeras estuvieron animándome. Me costó menear el cuerpo», explica Sobreviela. Debido a las restricciones, su mujer iba una vez a la semana. «Nos vestían muy bien y nos trataban muy bien. Y lo podíamos ver los domingos, pero claro, es muy diferente a si se encuentra en una habitación», señala Evangelina Gracia, su mujer.

Sobre su vuelta a la ‘normalidad’, Javier expresa que le han hecho un seguimiento de los pulmones porque le quedó «como una mancha», pero asegura que desde que fue a casa se le ha ido reduciendo. «Se me cae el pelo, no tengo la fuerza que tenía pero estoy bien. De ánimos voy muy bien, todos los días gano un poco de fuerza, lo voy notando. Cuando vine iba con el andador, pero como ves que vas ganando el ánimo se levanta. Tengo ilusión porque veo mejoría», concluye.

Otro de los pacientes que tuvo que pasar por la uci fue Fredi, un colombiano afincado en Épila desde el 2015, de donde es vicario parroquial y, asimismo, párroco de Rueda de Jalón. Tanto él, como el párroco de Épila, habitan en la residencia de ancianos del municipio, con tan mala suerte de que fue uno de los lugares más afectados. «Fui uno de los primeros infectados. Al ser una enfermedad desconocida era otra situación, estuve 36 días en la uci del Clínico, que fueron muy difíciles. Ingresé el 28 de marzo y salí el 10 de mayo. A partir de ahí empecé el proceso de recuperación, porque hay que volver a tonificar el cuerpo. Fue una experiencia dura, difícil», explica Fredi.

Fredi, vicario parroquial de Épila, permaneció 36 días en la uci del hospital Clínico Lozano Blesa.

Este sacerdote, de procedencia colombiana, agradece el trato que recibió del personal sanitario y describe cómo de raro vio el mundo después de salir del coma. «Tuve la inmensa suerte de dar con un personal sanitario excepcional, de una calidad humana profunda, gente que entrega su vida para que otros podamos tener vida. Cuando desperté del coma estuve totalmente desubicado, y al ver la gente con la mascarilla, los epis y no ver rostros conocidos, fue una situación compleja», relata. La recuperación fue rápida, pero todavía tiene secuelas. «Costó mucho la parte física, la fatiga es constante. Conforme pasan los días con el ejercicio, estoy bien. Todavía tengo alguna pierna adormecida, siento dolores fuertes de cabeza, pero es para no quejarme. Después de todo lo que he vivido tengo que dar gracias», indica Fredi.

Carlos Prieto, vecino de Tauste, ingresó con tos y fatiga y pensaba que a los pocos días estaría en casa. Pero al final, permaneció doce días en la uci. «Sólo recuerdo cuando ingresé, que al estar con tos y fatiga, lo que quería era que me curaran y me mandaran a casa pronto, no sabía que esto se iba a complicar». En planta, probaron con el tratamiento de remdesivir, pero no funcionó. El 28 de diciembre lo llevaron a la uci del Clínico, y fue intubado. «En la uci estuve del 28 de diciembre al 8 de enero que desperté oficialmente. Me iban despertando días antes pero al ponerme nervioso y estar muy agitado me volvían a sedar. La atención fue algo especial. De aquí quiero agradecer a todo el personal del hospital el trabajo que hacen e hicieron conmigo».

La vuelta a la planta 13 fue especial. «Cuando me vieron aparecer por allí muchas enfermeras que estuvieron el día de mi ingreso se alegraron muchísimo al verme porque hay personas que ya no suben», celebra Prieto. El alta la recibió el 20 de enero de este año. Sobre sus secuelas, este vecino de Tauste expresa que tiene fatiga y recibe cuidados de un fisioterapeuta para recuperar la fuerza muscular. «Desde el día en el que vine a mi casa he ganado mucho, porque una simple ducha o afeitarte, lo vas notando. Que son cosas normales y parece que son... Y ahora me encuentro mejor», apostilla Prieto.

El zaragozano David Gaspar vivió días en mayo del 2020 en la uci en los que creía que «iba a morir», y asegura, a día de hoy, que todavía sufre las secuelas que le dejó el covid. «Todavía permanezco de baja, tengo mucha fatiga, como acartonados los pies y sin mucha movilidad. Además, a nivel interno se te quedan secuelas que son invisibles, como el miedo, la angustia, y sobre todo en mi caso, el sueño. Me cuesta mucho dormir por las noches porque tengo pesadillas», asevera Gaspar.