Siete aragoneses fusilados por el bando nacional durante la Guerra Civil fueron enterrados ayer en sus localidades de nacimientos, Santa Cruz de Grío y Torrellas. Tanto familiares como vecinos les dieron un último adiós digno, después de ser asesinados y sepultados en fosas comunes.

Especialmente emotivo fue el acto en el cementerio de Santa Cruz de Grío, debido a que los familiares y amigos de los fallecidos, junto con la Fundación Bernardo Aladrén, han sufragado todos los gastos, ya que nunca han tenido el apoyo del consistorio gobernado por los populares. Homenajearon a Carlos Júlvez Vicente, Pascual Vicente Hernández, Mateo Gil Vicente y Pedro Castillo Vicente, quienes fueron detenidos el 4 de septiembre de 1936 en este municipio. Los tres primeros eran miembros de Unión Republicana, pero no destacaban por una especial vehemencia en su militancia ni ocupaban ningún cargo electo. Al parecer, podrían haber sido víctimas de alguna rencilla vecinal anterior a la guerra.

CAMPO DE CEREZOS

Ese día, y cuando eran conducidos al juzgado o a la cárcel de Calatayud, fueron obligados a bajar del camión que los trasladaba y fusilados en una curva de la carretera. Los cuerpos, abandonados, permanecieron horas en el suelo hasta que un grupo de vecinos de Inogés les dieron sepultura en un campo de cerezos, junto al lugar en el que habían sido brutalmente asesinados.

En Torrellas también se rindió homenaje a Pablo García, Juan Lacarta y Fermín García, asesinados en 1936. Los restos han sido recuperados tras las excavaciones llevadas a cabo y dirigidas por el forense Francisco Echeverría.

El acto, organizado por el consistorio, comenzó con la apertura de la capilla ardiente simbólica en el ayuntamiento, un lugar que, según la alcaldesa, Pilar Pérez, "es el más pequeño, pero el más simbólico, porque es la entrada principal. No queríamos que entraran por la puerta de atrás".

Posteriormente, los tres fueron enterrados, así como los demás hallados en la fosa común de las localidades vecinas de Novallas y Litago.