Una especie de salón de aspecto hogareño en el fondo del mercado Doctor Casas de Zaragoza indica que todavía queda un resistente en su interior. Antes, el lago pasillo de azulejos blancos es un muestrario de persianas cerradas y tipografías de los años sesenta. Frutas Mari Carmen. Pollería Julia. Carnicería E. Polo. Todos los puestos están cerrados a cal y canto. Excepto uno: Carnes P. Sorribas. Ahí aguanta, a pesar del frío del lugar, con su mostrador repleto.

Rogelio Sorribas es un superviviente. Ya lleva casi tres años abriendo en soledad su local para atender a los clientes. Siempre con buen humor. Para darle un poco de calidez al enorme mercado destartalado ha colocado en el centro del pasillo unas estanterías para ofrecer conservas y patatas fritas. También una mesa camilla con tres sillas. Sobre ella una botella de pacharán, ideal para estas frías mañanas de invierno. Se lo trae un amigo «bohemio» que vive en un pueblo perdido de las montañas de Burgos, según cuenta. Es casero. Y además, para mojar ofrece unas galletas Artiach de nata.

Defiende la artesanía de su oficio. Aprendido desde la infancia, pues hasta sus abuelos estaban relacionados con la carnicería. Emigraron desde Foz de Calanda hace cincuenta años. Fue su hermana la que instaló su puesto en el entonces recién creado mercado. Estaba repleto, pues el entorno del paseo de las Damas vivía su eclosión urbanística. «En aquella época estábamos a la última, pero ahora se ha quedado obsoleto, no tenemos ni calefacción», lamenta.

Puertas de hierro

Un ejemplo es la puerta de hierro de la entrada. La tiene que mantener abierta, a pesar de las corrientes, porque algunas clientas no pueden con su peso. Nada que ver con las eficientes puertas de cristal y los sensores de presencia.

A pesar de las dificultades tiene unos parroquianos fijos y leales. «Aquí lo que se encuentran es calidad y también un vínculo de amistad», avidencia. Una mujer entra arrastrando su carrito de la compra y el cochecito de su hijo. «¿Cómo estás, Alonso, qué vais a querer hoy?», saluda Rogelio con familiaridad al pequeño. Luego le da un cacho de jamón dulce para que esté tranquilo durante la compra. Chorizos y rabo de ternera. Y eso que la especialidad de la casa es el ternasco de Aragón. El paquete se queda sin pagar. «Ya vendrá otro día», dice después. El procedimiento es habitual porque no tiene datáfono para cobrar con tarjetas, otro signo de que el puesto se quedó estancado en otra época.

La última jubilación

El pollero Santiago, que abría su puesto justo a su lado, se jubiló hace tres años después de haber aguantado ellos dos solos frente al peligro durante casi una década. La especulación urbanística acabó con el proyecto del Doctor Casas. Una familia de empresarios compró casi una veintena de los puestos que iban cerrando, pero con la crisis no les dieron ninguna utilidad. El resto murió por la edad o el cansancio. Rogelio siempre se ha negado a vender. Por dos razones: es su vida y además le ofrecen poco dinero. «Los jóvenes no están interesados en este tipo de trabajos», reflexiona.

A pesar de todo, el espacio desolado guarda una sorpresa en si interior. En los últimos meses un recodo oculto del mercado ha cobrado vida con un proyecto inesperado. Un colectivo de animadoras formado por Alicia Bayona, Paloma Canónica y Cristina Vilches ha desplegado sus muñecos, mesas, pinceles y decorados para hacer películas de stop motion.

El puesto de carnes de Rogelio Sorribas cerrará cuando él se jubile. Su hijo se dedica a la logística y no está interesado en seguir la tradición familiar. «Ahora ya no existen los carniceros, solo tenemos cortadores de carne en los supermercados», lamenta. En la radio suena Déjame de Los secretos y en las paredes del pasillo tiene colgados carteles de conciertos solidarios y de asociaciones animalistas, aunque suene a paradoja. «No tenemos porvenir, esta forma de trabajar ya no es lógica», insiste. Sus embutidos y salchichas son artesanos, elaborados casi a diario en el obrador que tiene en el sótano.

Javier Ruiz es un vecino que vive en la cercana calle Héroes del Silencio. «Vengo todos los días a tomar café y comentar la actualidad», afirma. Mientras Sorribas atiende el mostrador aguarda en un discreto segundo plano haciendo compañía. No tienen prisas.