Una de las cosas más curiosas (inquietantes incluso) que se han detectado en esta campaña electoral es la evidente adscripción ultraderechista de una buena parte del público asistente a los mítines del PP y a otros actos paralelos de dicho partido (como la firma de libros por parte de los dos componentes del matrimonio Aznar). Existe además la impresión de que si el 13-J no equilibra una miaja los resultados del 14-M y la derecha en general no percibe de inmediato que la derrota en las generales fue un simple vahído ocasional , el partido que hoy lidera Rajoy entrará en una situación crítica. En tal caso podrían surgir fisuras hoy apenas intuidas entre los sectores que quieren recuperar posiciones centristas para preparar el retorno al poder y los que se empeñan en profundizar la huída hacia el extremo siguiendo la suicida estela aznarí.

Cuando en un partido ya no hay cargos ni prebendas que repartir y sus cuadros se enfrentan a un largo periodo en la oposición, suelen emerger las voces discrepantes, la gente sufre ataques de coherencia y los liderazgos se resienten. Además, y lo digo con cierto pesar, el PP todavía sigue creyendo que su relación con el poder es casi un imperativo divino, y buena parte de sus dirigentes no entienden que habrán de trabajar duro si han de volver a los sillones que añoran. Desde luego, rehuyendo con trucos los debates electorales y equivocando los argumentos no parece que vayan a sacar nada en limpio; tampoco si se toman su labor como oposición con la pereza y el desentendimiento que exhibe por ejemplo el grupo municipal del PP en el Ayuntamiento de Zaragoza (¡leeros los expedientes, buena gente, que vais a los plenos in albis !).

Zapatero se esponja hacia el centro, los poderes fácticos (y los chaqueteros habituales) se arriman a los socialistas. Rajoy, mientras, sigue preso del aznarismo, y la ultraderecha le pesa en las alas cada vez más y más. ¡Casi debería pedirle consejo a Fraga!