Ha dejado Manuel Pizarro la presidencia de Ibercaja en una operación tan rápida y bien trabada que mueve a pasmo. Unánimes han sido las loas al personaje que se va y unánime ha sido la elección inmediata de su sucesor. Todo estaba previsto de antemano. Atado y bien atado. Las fuerzas políticas, desde el PP a la CHA (el PSOE, por supuestísimo), han aplaudido entusiasmadas. Marcelino ha calificado la despedida de Pizarro (y su automática sustitución por Amado Franco) de broche de oro a una gestión extraordinaria . Y en esta bendita comunidad tan discutidora, resabiada y suspicaz, tal es la hora en que casi nadie ha levantado la voz para poner siquiera algún reparo a la gestión de la supercaja en estos últimos nueve años. Sólo allá, a lo lejos, patalea Aicar y claman los ecologistas por la entrada en Espelunciecha de las excavadoras que amplían Formigal. Pero esas voces apenas se escuchan entre el estruendo de las ovaciones oficiales y oficiosas.

Manuel Pizarro, con superior ingenio, ha cubierto durante su mandato aquellos objetivos estratégicos que su predecesor, José Luis Martínez Candial, intuyó y persiguió a trancas y barrancas... inútilmente. A Candial se le veía venir desde lejos. Era un personaje de otra época. Pizarro supo retirarlo sin mayor ruido, para luego aplicarse con habilidad y sigilo a convertir Ibercaja en un poder fáctico capaz de negociar de tú a tú con las instituciones públicas.

En los últimos años, el tándem Pizarro&Franco ha mantenido una soberbia capacidad de interlocución política (de la Moncloa de Aznar al Pignatelli de Iglesias) y ha metido a Ibercaja (¡ojo al dato!) en los consejos de administración de numerosos medios de comunicación aragoneses (Heraldo de Aragón, Diario del Altoaragón, Radio Huesca, Antena Aragón...). Dinero y control de la opinión pública. Poder en estado puro. Y la cosa no ha de quedarse ahí.

Ante tal jugada maestra sólo cabe la ovación del respetable. Unánime, por supuesto.