No hay cosa más molesta en estos rifirrafes que se traen entre manos los nacionalistas centrípetos y los nacionalistas centrífugos que el constante forcejeo por los símbolos: banderas, escudos, archivos, legados, selecciones deportivas y el nombre de las lenguas que hablamos. Que una cosa es andar la greña por las aguas del Ebro (a un lado aragoneses y catalanes, al otro valencianos y murcianos) y otra muy distinta armar la marimorena por el colorín que han de llevar en sus calcetines unos señores que juegan al hockey .

Ahora tenemos ahí el cacao ése de los Archivos de Salamanca, que como se sabe están en Salamanca porque ahí mandó poner Franco todos los papeles referidos a la Guerra Civil que sus tropas incautaron al ocupar la España republicana. Cataluña (animada por Esquerra, partido revolvedor y tocahuevos donde los haya) quiere recuperar los expedientes y legajos que se llevaron de Barcelona en el 39. Pero se da la circunstancia que entre ellos están todos los documentos referidos al Consejo de Aragón, que fue la parte de nuestra comunidad controlada (más o menos) por la República. Lo cual significa que si los catalanes consiguen (que parece que sí) que les devuelvan lo suyo, tendremos que reclamarles de inmediato que ellos nos devuelvan lo nuestro. Así lo reivindica, con razón, Chunta Aragonesista.

En tal lío todo el mundo tiene muy buenas razones (o muy medianas, según se mire), y yo pensaba que podría lograrse una solución salomónica llevando los papales donde deban estar pero manteniendo la unidad del Archivo de Salamanca mediante copias obtenidas por cualquiera de los procedimientos maravillosos que la tecnología pone hoy a nuestro alcance.

Pero aquí está en juego algo más que un archivo; ése es el problema. La política gusta mucho de los símbolos y de meterle mano a la Historia por donde mejor se pueda. Y a Esquerra y al PP la Guerra Civil les motiva cosa mala.