Dejará Aznar de ser presidente del Gobierno español y entre nosotros habrá de pasar a la posteridad como un señor gritón y soberbio, cuya tarjeta de visita fueron los insultos, las patrañas y una evidente incomprensión de todo lo que aquí sucede. Pero bueno, las cosas son como son. Ayer, el inaudito José María se plantó en Calatayud a explicarle a la concurrencia cómo la DGA de Marcelino ha malversado (o así) los dineros públicos para difundir mentiras sobre el trasvase. Eso sí, hubo aragoneses que le aplaudieron mientras el endiosado líder aseguraba que se siente muy orgulloso de su PHN, ¡que los dioses nos protejan! Y aunque ya damos por descontado que en esta campaña electoral el jefe saliente del PP va a ir de fiera corrupia para que el jefe entrante pueda crearse una imagen de persona humana, la verdad es que ni la gran paciencia que caracteriza colectivamente a nuestra región puede seguir soportando tanto desprecio hacia nuestras instituciones, tan mala educación y tanta cara dura. Ya vale.

Lo de las mentiras podría decirlo Aznar en Teruel, donde hace cuatro años prometió acabar una autovía cuyo ochenta por ciento está aún en obras o por adjudicar. O debería proclamarlo buscando en Irak las armas de destruccion masiva, o ante el Ebro que un día prometió no trasvasar jamás, o repitiendo aquello de que en las administraciones públicas gestionadas por su partido no ha existido ni sombra de corrupción, o descifrando la misteriosa forma en que el IPC oficial sube tan despacito mientras los precios están por las nubes. Pero volver a encararse con Aragón para llamarnos incautos y estúpidos y tachar a nuestros representantes democráticos de falsarios y mangoneadores es más de lo que una sociedad y un pueblo deberían soportar.

Dicen que Aznar se marcha voluntariamente envuelto en el aroma del éxito. Y en parte es cierto. Pero la verdad es que media España y buena parte de Aragón respirarán aliviadas. ¡Uuuffff!